"Para escribir se debe echar todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad y hasta la felicidad". Faulkner

viernes, 14 de diciembre de 2012

Álbumes



Mi querido amigo, espero te encuentras recuperado de la fractura que tuviste; espero que con ello hayas aprendido la pertinente lección: no montar jamás una moto si la borrachera te lo permite. Te alegrará saber que pronto estaré en la ciudad. Estoy arreglando unos pocos asuntos y en cuanto lo haga, te visitaré para que hablemos muy a  gusto sobre los temas que nos interesan. ¡Tengo mucho que contarte! Déjame adelantarte algo. ¿Recuerdas las fotografías que tomé para la revista Sombras? Aquella, la del anarquista, creyéndose todo un libertador arriba de un autobús. Te cuento, que por ellas un tipo me contactó. Fui a su oficina. ¡Amigo, qué casa! Se notaba que el tipo tenía dinero. Pasé por un retén y hasta parecía que iba a cruzar la frontera, qué cosa. Dijo que me había llamado porque conocía bastante bien mi trabajo, yo lo dudaba, pero luego me mostró las fotografías que publiqué para las revistas En concreto, Sangre y lucha, Personajes  y también las entrevistas que hice para el periódico Oportuno. Dijo admirar mi seriedad y mi profesionalismo para guardar los anonimatos. Se refería al secuestrador del parque, al padre pederasta y al lugarteniente del Ceso, jefe del cártel de Los Martilleros, tipos que entrevisté, según recordarás también. En sí, quería que sacara fotografías para él, fotografías profesionales. Le dije que yo no era ningún profesional sino un aficionado con mucha suerte. Se echó a reír. Firmamos un convenio. Salí de allí y, dos días después me llamó para una sesión de fotos. Me pagaba por hora. ¡Amigo, qué buena lana me ofreció! El viejo me presentó con la modelo, ¡qué chica tan guapa! Imaginé por dónde iba la cosa. El viejo me indicó dónde tenía que fotografiarla, lo seguí, la puerta se abrió y, ¡zas! Tenía todo un estudio para hacer cine. El viejo se fue a sentar a un rincón. La joven comenzó a desnudarse. Saqué veintidós fotografías por seguridad. Siete de perfil, dos de cara, seis de espalda, etc. La chica ya tenía experiencia por lo que facilitó mi trabajo. Me gusta fotografiar los rostros. Las expresiones principalmente. Hasta hice al viejo que le lanzara a propósito una pelotita que hice con un calcetín de ella. Ella la esquivó, después tenía que atraparla. Este juego a ambos les divirtió. Terminamos pronto. Fuimos a la oficina del viejo, yo guardaba mi material mientras el viejo pagaba lo convenido con la joven. Ella tomó el efectivo, no obstante, antes de que la joven se diera la vuelta para marcharse, el viejo hizo un ofrecimiento indecoroso (ya vez, siempre los hay). Antes de las fotografías, el viejo la había entrevistado. Sabía que tenía un hermano, por lo que el ofrecimiento fue éste, tal cual: “Si traes a tu hermano y lo convences de fotografiarte con él, desnudos, estoy dispuesto a pagarles 35  mil pesos. Piénsalo y si aceptan, avísenme para concertarles una cita con mi fotógrafo personal”. Yo no dije nada pero estaba igual de pasmado que ella.
    Debí fotografiar, a lo largo de tres meses, a veinte modelos. A todas ellas, el viejo libertino había hecho el mismo ofrecimiento indecoroso. Y las que no tenían hermanos, pedía que se fotografiaran con el progenitor, o con un familiar suyo pero que fuera hombre. Me estaba dando gusto que nadie aceptara dicho ofrecimiento asqueroso, cuando, a las tres de la madrugada, justo cuando me encontraba durmiendo apaciblemente sobre mi cama, recibí la orden de presentarme a la casa del viejo para una nueva sesión de fotos a la cual llegué con poco retardo y de mal humor.
    Acompañando a una bellísima modelo, estaba un muchachillo como de 17 años. Hice lo que el viejo pidió. Todo fue mi profesional y respetuoso. Me tomó trabajo tranquilizar al muchachito que estaba temblando y sumamente avergonzado de que le tomara fotografías a su flácido miembro. El viejo salió a media sesión de las fotos para luego regresar con un carrito lleno de bocadillos y bebidas alcohólicas. Sobre la charola, estaba el dinero pactado y también una propina. Dijo que era para festejar la valentía del muchachito, que pudo tomar aire cuando le entregué la bata, habiendo concluido la sesión. Pasaron veinte minutos entre bromas y brindis.  Y cuando nadie lo esperaba, el viejo sorprendió a todos con el siguiente ofrecimiento indecoroso: “Les doy 50 mil más, si se realizan sexo oral mutuamente y se dejan fotografiar para mí. Los dejamos solos para que lo platiquen”. Los escuchamos discutir frente a una pantalla de computadora. La joven era la que trataba de convencer al muchachillo, con ademanes, con gritos, después le habló con suavidad. Tenían problemas financieros. La familia. Ella también, que había chocado el auto de su novio. “Será sólo un rato, un rato, cinco minutos, sólo un rato”, no se cansaba de decir la joven. Total que aceptaron. Nos fuimos a otra habitación. Una recámara. El viejo se fue a sentar en un taburete, con vista a la cama, a razón de no perderse detalle alguno. El muchachillo se recostó de espaldas sobre el edredón. Ella se subió encima de él. Ambos abrieron las piernas y metieron la respectiva cabeza entre los muslos de cada uno: torpemente, vergonzosamente, en un decente 69. El viejo dio la orden del inicio de la sesión y ambos comenzaron a lamerse los genitales. “¡Trágalo, trágalo!”, gritó de repente el viejo, tremendamente excitado.  La mujer tragó el semen como le indicaron. Se levantó. Pidió con urgencia un baño. “Derecho y a la izquierda” dijo el viejo. La sesión por segunda ocasión, concluyó.
    Esa misma semana llegó otra joven, acompañada con un hombre de su misma edad. Era su gemelo, según dijo. El viejo no era tonto, pedía las credenciales y las fotografías que lo certificaran. Descubrió que eran falsas. Tenía un hombre a su servicio que le ayudaba al obligado cotejo. Lo vi por primera vez cuando el viejo dudó en primera instancia. Lo llamó desde su oficina. El hombrecito entró y se llevó las fotografías para su necesario análisis. Después regresó y entregó el veredicto. “Son montajes”. El viejo los despidió y recibió de ellos unos cuantos calificativos que remarcaban su despertado enojo.
    De las veinte modelos que fotografié, sólo tres regresaron acompañadas. La primera, es a la que hice referencia. La segunda, es la que presentaron documentos falsos. La tercera, la modelo llegó junto con un tío por parte de su madre. Tomé fotografías de ellos desnudos. Se les hizo la misma oferta indecorosa. Y aunque el tío quería, la modelo no lo permitió. Salió enfadada de la casa, enfadada con el tío, con el viejo, conmigo.
    La gota que derramó el vaso para que yo rompiera definitivamente contrato laboral con el viejo, te cuento, fue por lo siguiente. Me  citó en un lugar. Y mientras me dirigía hacia allá, se me emparejó un auto sobre la carretera Toluca. ¡Qué espanto! Nunca me había asustado tanto. Me tranquilicé un poco cuando  me dijeron que venían de parte del viejo; dijeron que había cambiado de opinión sobre el lugar de la cita y que ellos me llevarían. “Puede llamarlo”, dijeron, y así lo hice. Me contestó el viejo. No mentían. Me pidieron que subiera a su auto y, vacilante, lo hice. Vi que dieron más vueltas que las que recuerdo. Me llevaron hasta una vieja casa abandonada, como si fuera un rapto. El miedo me atenazaba las entrañas. Pensé: “El viejo quiere borrar huellas, quiere desasirse de mí”.  Me tranquilicé cuando pude saludar al viejo. “Esta vez usarás esto. No hagas preguntas.”, me dijo, y me entregó una máscara de luchador. Él tenía otra. Me condujo hasta donde había un grupo de personas. Una mujer estaba llorando. Vi las pistolas y tuve deseos de retroceder y salir huyendo. “Es una actuación”, manifestó el viejo. ”Tú sólo dedícate a lo tuyo y todo estará bien”. Pero no era ninguna actuación el llanto desgarrador de la joven mujer, ni mucho menos los insultos humillantes de los hombres armados hacia los que me parecían eran los cautivos. “¡Tráiganlos!”, ordenó el viejo. Me pareció que el viejo se había hecho de lo servicios de un grupo de rufianes, para qué cosa, estaba a punto de saberlo. Me pareció que habían secuestrado a una pareja, y a la que obligaron a desnudarse frente a la lente de dos cámaras. Una era la mía y otra era de un fulano que videogrababa. “Tú te la vas a coger, ¡¿me oíste?!”, le dijo al sumiso hombre. Los amenazaban con matarlos si no aceptaban cogerse.  Yo no podía creerlo. Mis manos temblaban.  Me obligó a fotografiarlos. Yo temía por mi vida si me negaba. El chico comenzó a darle por el culo sin la mayor vacilación, eso hizo despertar mis primeras sospechas de que el muchachillo y el viejo, habían confabulado para llevar a cabo semejante bajeza (más tarde me lo confirmaría el mismo viejo). “Riégaselo, riégaselo por todo el culo”, le ordenó. “¡Tú -dirigiéndose a mí-, fotografía ese culo bañado por la leche, hazlo!” Cuando concluyó, el viejo hizo llamar a otra pareja que escondían en el interior de una camioneta. Un hombre grande y obeso, se acercó acompañado de una esbelta jovencita que lloraba inconsolablemente. “Tú te la vas a coger si quieres que viva”, le dijo al hombre. “No puedo hacer eso: ¡es mi hija!”, chilló. “Entonces despídete de ella. ¡Llévensela!”, ordenó. El hombre corrió a hablar con la chica. Supe de inmediato que éste también había confabulado con el viejo para montar el escenario y hacer creer a la adolescente que fueron secuestrados y que, no habían tenido otra opción. Fue asqueroso. Me destrozó el corazón los gritos de la jovencita. El hombre se la jodió por el culo como enloquecido toro, hasta dejarla inconsciente.
    El viejo y yo regresamos a su casa, solos, según para revelar las fotos. En su oficina, comenzó a armar un álbum. “Hay mucha gente libertina que hace lo que sea, con tal de cumplir sus fantasías o caprichos sexuales”, me decía, metido en la tarea placentera suya de ordenar las fotos. El álbum comenzaba con las fotos de niños, los hermanitos que, con el paso del tiempo iban creciendo, hasta el instante en que los había fotografiado cogiendo. Terminó uno, siguió con otro. Reconocí algunas de mis fotos. Frente a mi nervioso silencio, dejé que hablara todo lo que quisiera. Armó unos cinco álbumes. Se me quedó grabada la fotografía de un padre de familia, cargando a su pequeña hija. La última foto que metió en ese álbum (y al que llamó Papá e hija), fue la foto que tomé, hacía apenas unas horas. “Es una excelente fotografía, usted sí tiene ese tacto; mire ésta, por Dios. Justo cuando el hombre atraviesa por el orgasmo”, decía el viejo. “¡Y ésta, la niña a un paso del desmayo, como si lo disfrutara! Me fascina su trabajo. Tomar una foto no es cualquier cosa, por eso no me atrevo hacerlo ni dejárselo a cualquiera”. Luego se quejó de las fotografías de las revistas para caballeros. “Hacen retoques a la modelo y eso es la peor atrocidad que deben evitar cometer en su trabajo. Lo mejor es lo natural, sin retoques, usted me comprende. Mienten a la gente, se burlan de ella”. Compartí su opinión. “Y ahora abusan con toda la tecnología que existe”. Después dijo: “Supongo que quiere dejarme. Todos lo hacen, después de estos montajes como el que acabó de ver. Es difícil encontrar buenos fotógrafos como usted, le sugiero que lo recapacite bien. Nunca va encontrar trabajo mejor remunerado que este”. Trató de persuadirme de que continuara con él, cosa que no logró. Pagó todo lo que me debía, incluyendo  lo de ese espantoso día y añadió otra suma, un regalo, según dijo. Antes de irme, con tono que no me agradó dijo: “Espero que sepa guardar la confidencialidad que prometió tener conmigo.” Fue esa pausa que hizo la que me obligara a cambiar inmediatamente de residencia. Nunca estuve tan nervioso y tan paranoico como lo estuve en toda esa larga semana.
    En fin, todo eso lo dejé atrás. Siento asco de que todo eso esté sucediendo, de todo lo que hice. Es lo que me causa tanta ira. Bueno, querido amigo, ya te dije algo y el resto lo platicaremos en persona. Sin más por el momento, se despide de ti tu gran y sincero amigo.