A punto de irse a acostar estaba el matrimonio cuando el marido,
hizo una impertinente pregunta a su linda esposa que por supuesto sabemos, no
lo esperaba. Le preguntó si había o no chupado el pene de un hombre. Atónita y
repugnada con la pregunta, la mujer respondió con un enérgico no; y así comenzó
la discusión a la cual nos acercamos a oír.
—Estoy seguro de que ya se lo hiciste a
alguien.
—Estás loco.
—Mírame a la cara y dime que me equivoco.
—Mira, si lo hice, ¿qué importa?
—¿Cómo no me va importar?
—¡No importa, Daniel! Yo no te he preguntado si hiciste esto o aquello con
alguna novia que tuviste antes de conocerme, ¿o sí?
—Sabes que yo no tuve novias.
—Ah, tenías treinta y cinco años, ¡por favor!
—¿Por favor qué? Te dije la verdad; hasta hablaste con mi mamá, mis amigos…
—Eso no prueba nada. Eso de haber sido un casto… de haber llevado una vida
limpia… No soy ninguna ingenua.
—¡¿Ahora me lo dices?!
—Porque no tiene importancia, Daniel. El pasado es el pasado. Estamos tratando
de formar una familia, vivir el presente…
—Yo sólo quiero que seas sincera conmigo. Llevamos un año de casados, y
si quieres que tengamos una relación sana y duradera, debemos ser sinceros. Te
hice una pregunta y tú no quieres responderla, argumentando que no tiene importancia
cuando para mí, tu esposo, sí la tiene.
—Está bien, está bien. Sí, lo hice. ¿Estás contento?
—¡¿Sí lo hiciste?!
—¡¿Ves?, por eso no quería decírtelo! ¡Mira cómo te has puesto!
El hombre empieza a arrojar todo lo que se atraviesa en su camino, la lámpara,
el reloj, el florero, incluido la caminadora; le da un puntapié y sale
perdiendo porque comienza a brincar a causa del dolor en la espinilla.
—¡Me molesto porque con esa boca me has besado! Y no sólo a mí, a mi madre, a
mi padre, ¡a toda mi familia!
—¡Ay, qué barbaridad! —dice sarcástica—. Les contagié algo muy maligno, se van
a morir. Llama a una ambulancia, ¡pronto!
—¡No te burles!
—¡Eres un hijo de puta!
—¡La puta eres tú! Le chupaste la verga a alguien y así me has besado, ¡cuántas
veces! No puedo creerlo, no puedo creerlo.
—¡Todo estaba bien hasta que tu amigo el evangélico te metió esas estúpidas
ideas.
—No es evangélico para tu información.
—Me da igual.
—No puede ser, no puede ser… ¡¿A quién fue?! ¿A tu ex novio Pedro, el músico?;
¿a Juan Carlos, el maestrito de danza?; ¿a Javier, el que se robó tu perro?
—Mira tú… ¿Eso te excita? ¿Que te diga a quién se la chupé?
—¡Vete a la mierda!
—¡Eso me hubieras dicho cuando me prometiste amor en el altar!
—El sólo hecho de pensarlo… ¡Argh, qué asco!
—¡Ah, sí, ahora te doy asco! Yo te dije claramente: “Tuve novios”. Fui sincera
contigo.
—¡Pero no me dijiste que les chupaste la verga!
—¡Ah, sólo eso me faltaba! Te iba a decir todos los detalles.
—Lo que hiciste no tiene perdón. Esto se acabó.
—¿Ahora se acabó?
La mujer, enfadada, se aproxima determinada al hombre. Este retrocede,
mostrando su repulsión.
—Déjame, ¡¿qué haces?!
—¡Voy a salvar este matrimonio, aunque no sé por qué!
—¡Déjame! ¿Me vas a ser lo mismo, maldita puta?
—¡Aquí tienes a tu puta! De saber que esto iba a suceder, hace tiempo que te lo
hubiera hecho.
—¡Te dije que me sueltes!
La mujer ha bajado el pantalón y el calzoncillo del hombre. Está arrodillada y
se ha amarrado a las piernas velludas y flacas de su marido.
—¡Suéltalo, suéltalo! Te juro que si no me sueltas…
Y el hombre ha levantado su puño, pero se ha detenido porque si la golpea, ella
puede trozar su delicado miembro. Él piensa que se va a vengar de todo el
insulto que le dijo y se ha preocupado terriblemente.
—Suéltalo por favor. Esto… no es ninguna broma.
Tiembla como un chiquillo, mas ella sigue en lo suyo, chupando, succionando.
Entonces no le queda más que dejarla hasta que termine. Mala idea, porque en el
momento en que la deja, ella da rienda suelta a su experiencia como mujer
y “puta”. Sucede lo que tenía que pasar. Al hombre le está gustando y, en menos
de dos minutos que ocurrió todo, echa toda la descarga de semen a la garganta
de la mujer. Después se levanta y le planta tremendo beso a su marido.
El hombre no puede ni hablar y los densos hilos lechosos aún escurren en las
comisuras de su boca. Respira con dificultad y ni siquiera se puede mantener en
pie. La mujer sale del baño. Se ha lavado los dientes y le ha soplado a la cara
del hombre como con cierta malicia.
—A dónde, ¿a dónde vas? —pregunta él, luego de ver que la mujer se dispone
a salir a la calle. Lleva encima un abrigo y se ha puesto las botas que usa
para las fiestas.
—Voy a saludar a tu madre. Lo haré de beso; también a tu padre y a
toda tu familia, ¿no te importa o sí?
La mujer espera la respuesta con una sonrisa cínica en el umbral de la puerta.
El hombre está como idiota. Después de pensar por casi un minuto, por fin
responde:
—Espera. Yo… yo te acompaño.
—No hasta que me pidas perdón.
Ambos se quedan mirando y ella está más segura de conseguir lo que quiere que
él, de recuperar su vida íntegra y decente, ya extraviada.
—Perdón, mi amor. Tenías razón. Al diablo con el pasado.