Había
colocado una cámara oculta para espiar a Ivonne. La cámara tenía forma de
bolígrafo y no era fácil que la descubriera porque para eso había que fijarse
que entre los veinte bolígrafos metidos en el lapicero, uno, sólo uno era
distinto. Pero aunque lo hubiera encontrado, el bolígrafo, ¿éste se delataría
por su función? Quién sabe. Tal vez diría la mujer: “Oh, ¿y este bolígrafo?
Está chistoso. Tiene como un ojito. No sabía que lo tenía. Alguien me lo habrá
regalado. No me acuerdo. Bueno, allí se queda”. Y no se daría cuenta aunque lo
hubiera encontrado, pero tal vez sí, ¿cómo saberlo? Pero bueno, Ivonne todavía
no lo encontraba.
Justo los viernes, Salomón se metía al cuarto de su madre y retiraba el
disimulado, valioso bolígrafo. Uno: para extraer las grabaciones. Dos: para
recargar la cámara-espía. Las cámaras de video son cada vez más pequeñas. Caben
en un botón, o en este caso, en un bolígrafo. Cuestan una fortuna, pero es
dinero bien invertido para los aficionados como Salomón.
Salomón era un chico especial, y por ende, sus padres lo consentían de
sobremanera. Le daban dinero. Le compraban lo que les pedía. La cámara-espía
por supuesto no la compraron ellos; se la compró él mismo sin que lo supieran.
La pidió cuando la vio por televisión. Preguntaron: “¿Es usted mayor de edad?”,
y él dijo que sí lo era, aunque no lo era. Llegó a un acuerdo con los
vendedores, y como éstos, tienen vendida una parte de su alma al diablo, se la
vendieron. Cuando era pequeño, el psicólogo dijo a sus padres que él iba a
necesitar clases especiales porque él era un “niño especial”. Un maestro acudía
a enseñarle de nueve a dos de la tarde. Salomón había encontrado un excitante
pasatiempo para el tiempo restante: espiar a las personas. Con su cámara-espía
que llevaba a todas partes, no se aburría. Tenía dos computadoras. Una, más
reciente que la otra. Tenía también una tableta que no utilizaba. También tenía
un teléfono de última generación y tres consolas de videojuegos. No le
permitían el acceso a Internet, así que nunca imaginaron que Salomón estaría
haciendo “cosas indebidas” con sus modernos equipos.
Ivonne es una actriz de telenovelas y teatro. También canta y baila. Es una
mujer sensual y por ende, la siguen tomando en cuenta a pesar de que casi
cumple los cincuenta años de edad. Le dijeron que mientras más tardara en tener
un bebé, más complicado sería el parto, no obstante, el día que sucedió el
parto, no tuvo complicaciones a la hora de tener el bebé. Que naciera con
deficiencias, eso era otra cosa. Pero esto es un juego de azar, y al que le
toca perder, pierde, y al que le toca ganar, gana. Otras mujeres de la edad de
Ivonne, luego de parir un hijo, ganan, y su recompensa es tener unos hijos
sanos y de intelecto promedio. A esta mujer le tocó perder, y ni modo. Claro
que perder y ganar también es mera percepción de cada uno, porque si le
preguntáramos a Ivonne, que cómo se sintió al haber perdido, ella por supuesto
nos responderá que ella no perdió sino que ganó. Claro. Percepción.
Ivonne se casó casi a los treinta y cinco años con un cantante grupero que poco
tiempo después, el muy infiel, la dejó por otra mujer, más joven. Cualquier
otro hombre hubiera envidiado que tuviera a la sensual Ivonne, y que sólo un
idiota, teniéndola a ella, buscaría otra. Pues esto hizo el idiota y habrá
tenido sus razones. Tuvieron solo un hijo: Salomón.
En las cámaras y entrevistas, Ivonne sonríe como toda una reina. Le han
inventado chismes en revistas de espectáculos, como todas las luminarias. Saben
que no la pueden fastidiar. Por lo regular, Ivonne con su conocido humor y
tolerancia ciclópea, siempre deja en mal a todas esas revistas de la farándula
que la persiguen continuamente. La única nota que emocionalmente sí la hirió, fue
cuando publicaron escuetamente que había tenido un hijo idiota, y que por ende,
vino la separación con su pareja. La revista tuvo que pedir disculpas, y es que
la gente, benevolente, se había molestado con el artículo, que mostraba una
triste insensibilización hacia una mujer que a nadie hacía daño. Ahora saben
que la gente respeta a Ivonne; que la quieren y que pelearán puntualmente para
defenderla. Si tú la encuentras en la calle, y le pides tomarte una foto con
ella, o un autógrafo, te la concede amablemente con su característico tono
maternal. Así es Ivonne.
Cuando sale a cantar, en los rodeos, deja al descubierto sus largas y bien
torneadas piernas. Su cuerpo es de tentación. Los cortos escotes que usa, dejan
ver sus enormes pechos de mujer madura: brillantes y esféricos como bien te los
puedes imaginar. En las gradas, se escuchan los incontenibles chiflidos de los
excitados hombres y mujeres. Es un pandemonio. Las mujeres quieren tener su
cuerpo a su edad, y piden que revele su secreto. Disciplina, nutrición y
ejercicio, es lo que les dice, mas no se quedan contentas y vuelven a
preguntar, claro. ¿Operaciones? No. Ella dice que es totalmente natural y que
nunca se hará una operación con tal de retrasar su edad, a como hacen muchas.
Le creemos, sí, porque es Ivonne.
Como Salomón es su único hijo, lo ama con idolatría. El padre de vez en cuando
visita a su hijo, y le trae un regalo, o le deja dinero en efectivo. Ivonne
nunca le ha negado el derecho de ver a su hijo. Cuando ella regresa a su casa,
lo primero que hace es saludar a su hijo con un beso en la frente. “Papito, ya
llegué. ¿Cómo te portaste?” La niñera, luego se va, y no pone queja alguna
porque Salomón es bien portado y muy amable con la señora que lo tiene a su
cargo. Hace lo que le dicen. Se encierra en su cuarto y allí permanece hasta
que lo llaman a comer. Lo ven que tiene encendida la computadora, y lo dejan.
Piensan que Salomón sólo juega, pues cuando ellos entran a su cuarto, él tiene
abierto un videojuego. “Ya no juegues tanto, mi amor”, le dice su madre; pero
no le quita la computadora para ver qué más tiene abierto, qué más está viendo.
Si se la quitara, vería que tiene abierta una carpeta con cientos de videos en
su interior, y que la mayoría de estos videos, son de ella. La tiene grabada
cuando se viste por las mañanas. Cuando se retira a dormir. Cuando hace su
equipaje y busca por todo el ropero, la ropa que desea ponerse. La tiene cuando
busca sus llaves, o su teléfono que siempre deja en cualquier lugar. La tiene
grabada cuando se peina el cabello, viéndose en el espejo de su tocador. La
tiene cuando escoge sutilmente la esencia para ese día. La tiene grabada cuando
se unta crema en las manos, la cara y las sensuales piernas. La tiene cuando
revisa su propia computadora. Cuando se pone a hablar con alguien y se tiende
sobre la cama. La tiene cuando entra al baño y sale con una toalla, cubriendo
el setenta por ciento de su cuerpo. La tiene cuando sale a buscar a su hijo y
luego regresa, satisfecha de verlo. Sí, Salomón tiene muchos videos de estos. Y
separados de estos videos, están los otros. Están en una carpeta mejor
escondida. Ella aparece desnuda saliendo del baño, o entrando. Desnuda cuando
se pone una tanga o unos calzoncitos con encaje rojo o negro; porque de esos
son los que le gustan. Desnuda cuando cambia de sostén o se revisa los
apacibles senos, en busca de una anormalidad. Los palpa, los sopesa, habla con
ellos. La tiene desnuda, cuando se unta crema sobre todo el cuerpo; cuando se
remueve en la noche, y la sábana se desliza y cae al suelo como arrancada por
un diablillo.
Salomón se sintió atraído por el cuerpo de su madre cuando vio una película
para adultos. Su madre la vio unos minutos, no le gustó y la guardó en su
recámara. “Qué barbaridad, qué video tan sucio”, dijo. Salomón vio dónde la
guardó. Salomón vio cómo el hombre se monta a la mujer, y la trata como una
muñeca descompuesta, decía Bukowski. No encuentra otro desnudo en la casa que
le atraiga más, puesto que la niñera es una señora obesa y por supuesto, nada
sensual; además de que es vieja. No obstante, las amigas de Ivonne, que a veces
llegan a la casa, son guapas como las mujeres que salieron en el video. Son
altas y de cabello rojo y rubio. Algunas tienen ojos verdes y son tan blancas
como las hojas de un cuaderno de notas. Algunas de ellas salen en televisión
como conductoras, cantantes, bailarinas, actrices. Salomón ya tiene identificadas
sus favoritas, por ejemplo, la que sale en el clima y habla con voz chillona.
La que sale en el canal dos y baila, y grita al hablar. Ella tiene un trasero
grande, a pesar de ser delgada. No tan grande como el de Ivonne, pero es
grande. Son encantadoras las amigas de su madre, pero lo que le molesta, es que
lo tratan con compasión, con ternura. Él quisiera que lo trataran como un
adulto, ¡y que lo besaran como un adulto!, eso sería grandioso; mas eso es un
quimérico sueño y se ha resignado sutilmente. “¡Ay, cómo has crecido!”, dicen.
“¿Este es Salomoncito?” Ahora es más grande que ellas, pero siguen diciéndole
Salomoncito. Puede cargarlas y someterlas a la altura de cualquier hombre
viril, pero insten en llamarlo Salomoncito. Y cuando están ellas en la casa, no
hace más que imaginar sus cuerpos desnudos.
Tiene una televisión en su cuarto, pero no hay programación para adultos. Tanto
la niñera como su madre lo restringen sobre qué contenidos ver y qué no.
Salomoncito no puede convertirse en un adulto porque no lo dejan. Su madre
piensa que siempre será un niño. Cuando él quiere ver una película, por ejemplo
de vampiros, lo acompañan: qué barbaridad. Pero a veces se ha escapado de la
vigilancia perpetua, y fue como logró ver la película porno. Ah, qué gran
película. Es mejor que los libros. Los libros dicen en tres renglones que el
hombre deposita el esperma en la vagina de la mujer, pero verlo, cómo jadean,
cómo se mueven, cómo lo gozan, es lo que no dicen los aburridos libros. El
aprendió a masturbarse. En el video, el hombre es estimulado por la boca de la
mujer, pero también con sus manos. Si tuviera un pene pequeño, le resultaría
fácil, pero Salomoncito debe utilizar las dos manos para llegar al clímax. Y
toda esa sustancia viscosa y caliente no es tampoco como la que describen los
libros. No dicen a qué huele, a qué sabe. Es la semilla que debe germinar
dentro de la mujer. El video porno que vio le mostró cómo pudo haber sido la
relación de su padre con Ivonne. Él debió también meterle el miembro en la boca
y también en el ano. Él descargó dentro de la vagina de Ivonne, y fue como se
embarazó y nació. Debió ser fantástico; especialmente porque Ivonne era mucho
más guapa que aquellas mujeres, con un cuerpo mucho más bonito. Ivonne tiene
unos muslos enormes y en cambio esas chicas son un tanto flacas. Ivonne tiene
un trasero del doble de tamaño del que tienen aquellas famélicas mujeres. Sí,
debió ser fantástico poseerla.
Salomón no conoce otra mujer que se desnude y que sea real, que su madre que lo
sobreprotege. La ha espiado por mucho tiempo y conoce todos los lunares que se
dejan ver. Antes lo bañaba en la tina; pero dejó de hacerlo cuando él tuvo una
involuntaria erección mientras ella le lavaba los testículos. Se puso roja
hasta las orejas. “Papito, tú te debes lavar allí desde ahora”, le dijo, y
desde entonces ella dejó de bañarlo. Cuántos años tenía, no rebasaba ni los
diez. Y es que con tanto fármaco, tanta hormona que le dieron para estimular su
cerebro, a fin de que nazcan y desarrollen neuronas y pueda ser un niño
promedio, como efectos secundarios, toda esa vitamina se alojó en el lugar
menos sospechado; fue a dar en su aparato reproductor. Como arbolito en
primavera, el tronquito de su pene creció. Los doctores no lo quisieron
reconocer, pero Ivonne les dijo que los iba a demandar porque ellos debían
saber lo que recetan. “En primer lugar, le dijimos que era un tratamiento en
experimentación y usted estuvo de acuerdo, aquí tenemos su firma”, se
defendieron. Y allí estaba su firma, ni qué alegar. Estaba desesperada y
buscaba una solución, compresible para cualquier madre primeriza. No había
forma de ganar la demanda, le dijo el abogado. El contrato estaba firmado. Pero
no había que desalentarse por esto. Los médicos estaban muy sorprendidos y muy
interesados en Salomón. Alguien se interesó por el hijo de Ivonne, que hasta le
ofrecieron dinero a cambio de realizarle estudios más minuciosos. Y los
hicieron, pero cuando Ivonne se enteró de las intenciones de estas ambiciosas
empresas, canceló todo acuerdo. Fue el amigo del abogado que con su idea, había
tentado a más de un empresario. Los demandados supieron que tal efecto
secundario pudo ser causado por los mismos genes defectuosos de Salomón.
Cuando lo niñera lo notó, su parte sobresaliendo del pantalón, lo aplastó y
dijo: “Quítate ese trapo”, pero no era un trapo. “Santo cielo, señora, es su…”
Tenía diez años pero ya tenía el pene desarrollado como el de un adulto, con
sus pelos y sus erecciones maduras. “No te asustes, Panchita. Así nació” dijo
su patrona, tranquilizándola. Y cuando Salomón cumplió sus quince años, el pene
ya era totalmente monstruoso. Se sabe que pueden medir hasta casi cuarenta
centímetros como el de Rasputín. Incluso se tiene en exposición su legendario
pene para que la gente se asombre y convenza de que se da el caso, y cuya
medida en exhibición es de casi treinta centímetros, y eso que no está
completo. Cuando Salomón vio los pequeños penes de las hombres (en aquella
película porno), casi se preocupó por el suyo. Ivonne le había dicho que su
pene era “especial”. Él era especial y no podía creer que por culpa de un pene
grande, lo tuvieran que obligar a tener clases especiales.
No había día que no anhelaba poder utilizarlo, ¡porque para eso era el
pene!, había aprendido. Su maestro le dijo que el pene y la reproducción, era
necesaria para que la especie humana existiera. El pene se introduce en la
vagina de la mujer, le había dicho. ¿La señora Francisca tiene una vagina?, y
el profesor dijo que la tenía. ¿Mamá tiene una vagina?, y el profesor le
confirmó que también la tenía. Cuando daban las once, Ivonne, pensando que se
retiraba Salomón a dormir, ya no lo visitaba a su cuarto, y lejos estaba de
imaginar que su hijo, a esa hora, se estaba masturbando con los videos almacenados
en su computadora.
Ivonne comenzó a traer a la casa a un hombre calvo pero musculoso. Tenía
tatuajes en todo su cuerpo menos en la cara. También tenía una moto que
hacía un tremendo ruido. Olía a cigarrillo cada que se acercaba a saludar a Salomón.
Él y su madre platicaban largo rato en la sala para después pasarse a la
cocina, a donde comían. Qué alegre estaba Ivonne. Cocinaba con gusto. Él no
apreciaba su comida. Le daba igual, pero a Ivonne eso no le importaba. El
hombre no tenía buenos modales. Escupía en el piso de la casa y se limpiaba la
boca con cualquier trapo a la mano. Y cuando entraba al baño, no jalaba la
palanca. Cuando Salomón entraba, él se carcajeaba afuera de baño. “¿Lo viste?
Cuando seas una adulto como yo, serás capaz de sacar algo como eso”. Cuando
Ivonne no estaba cerca, él golpeaba el hombro del muchachito. Y le decía: “El
día que yo llegue a vivir aquí, tú te vas a tener que comportar como todo un
hombrecito. Comenzaré por quemar esos horribles suéteres y pantalones que usas,
mírate, pareces un abuelito. Y esos lentes… ¿Quién te pone ese moñito en el
cuello? Te ves ridículo. Ya nadie se viste como tú. ¿Todavía eres
virgen?” Llegaba Ivonne y le decía:
—¿Platicas con él? ¡Qué lindo! Entiende casi todo si le hablas lento y eres
amable.
—Yo soy muy amable con él. Ya somos amigos, ¿no es cierto? ¿Lo ves? Es un buen
muchacho. Y si sigue creciendo, va a llegar a mi altura en un par de semanas.
Sucedió que comenzó a quedarse en la casa. Decía Ivonne: “Ya es tarde para que
te expongas en la calle. Quédate en el cuarto de hospedaje y mañana te vas”. Él
se quedaba en el cuarto de hospedaje, pero a mitad de la madrugada, se movía al
cuarto de Ivonne, cuya puerta no estaba segura, así lo demostró el video
grabado por la cámara-espía. Y él se la montaba. Lo hacían de varias
posiciones. Salomón se desvelaba para ver en vivo las escenas, extasiado. Se
había comprado con el dinero que le entregó su padre, una cámara de
transmisión inalámbrica. Era un huevito que montó en un bolígrafo (estaba
el peligro de que fuera descubierto pero era más mayor el deseo de ver el sexo
que se llevaba a cabo en ese dormitorio, lo que dictaminó que asumiera todos
los riesgos posibles). Ella lo obligaba a utilizar el condón, cosa que a él no
le gustaba. “No, por allí no”, decía ella, y nada la persuadía a cambiar de
parecer. A veces lo hacían dos veces por noche, y al día siguiente, se trataban
como si fueran sólo un par de compañeros de trabajo. “Frente a Salomón eres
solo un amigo”, le había dicho.
La prodigiosa noche de Salomón comenzó con unos estruendosos golpes a su
puerta. “¡Salomón, sal rápido!”, dijo con voz enérgica. Estaba como enfadado.
Salomón abrió la puerta con miedo latente. Apenas lo vio, y Salomón fue
jaloneado bruscamente hasta el dormitorio de su madre. Ella estaba
inusitadamente dormida. Estaba en camisón y tendida sobre la cama como un
cristo crucificado. Salomón se sintió cohibido y quiso regresarse a su cama,
sabiendo que Ivonne podía despertar de un momento a otro. De hacerlo, se
avergonzaría de su estado presente. Ella no dejaba que la vieran en camisón.
—¡A dónde vas! —le detuvo—. Ella está durmiendo y no despertará hasta mañana
—aseguró. Se acercó a la mujer y le sacudió la cabeza, revolviéndose su cabello
como un pompón de porrista de fútbol. Ivonne no despertó a pesar del rudo
zarandeo de su cabeza—. Ella me dijo algo que quiero comprobar. Quiero que te
bajes los pantalones.
Se había retirado un par de pasos
—¿No me oíste?
Como Salomón no obedeció, le dio un coscorrón y volvió a ordenárselo con voz
imperiosa. Salomón dejaba de escuchar cuando le hablaban en voz alta, recordó,
mas no le importó. Las manos del chico estaban temblando. Parecía una ardilla
acorralada. Impacientado, el hombre fue quien se los comenzó a jalar.
—¿Duermes con pantalones y cinturón? —Pero salomón no estaba durmiendo. Él vio
(en la grabación) cuando su madre y él estaban discutiendo. Luego la invitó a
realizar las paces, entregándole una copa con vino adentro.
—No sé por qué te comportas así —le expresó Ivonne—. Tú me preguntaste: ´¿Has
visto un pene más grande que éste?´, y yo te contesté: ´Sí, el de mi hijo´,
pero te conté de su enfermedad; lo tiene así porque es una enfermedad la que
tiene. A nadie se lo he contado. Bueno, está el abogado, pero a nadie más. No
sé por qué te comportas así. —Dicho esto, comenzó a cabecear, hasta caer en
profundo sueño.
—Ningún hombre tiene el pene más grande que el mío —dijo él, que la observaba,
y se marchó a traer a Salomón.
Turbado, éste dio un paso atrás luego de conocer el imponente instrumento del
muchachito. Llevó las manos a la nuca, y, sin dejarlo de mirar, dijo lo
siguiente:
—Eso es… eso es monstruoso. Eso no es normal. ¿Cómo va ser normal? Pero está
completo. Está…
Súbitamente, el hombre empezó a reír como un desequilibrado.
—¡Me ganas! ¡Me ganas, mocoso! Esto no me había pasado. Pensé que nunca alguien
iba a ganarme, y tú lo has conseguido. —Se acercó y lo felicitó—. ¡Eres un
superdotado!
Pero la comprobación no le bastó, él quiso verlo en su estado erecto.
—Tócate.
Volvió a ordenar:
—Tócate, quiero verlo crecer. Quiero verlo. ¡Quiero verlo, te dije! ¡Te estoy
ordenando que te toques!
Salomón seguía encorvado. Sumiso.
—Ah, ya sé.
Caminó hasta la cama y comenzó a quitarle el camisón a Ivonne. Ella quedó en
ropa interior pero sus grandes senos quedaron al descubierto. Salomón se volteó
y casi termina huyendo, de no ser porque fue alcanzado por las endurecidas
manos del sujeto.
—Ven aquí. —Lo sujetó del cuello y lo obligó a mirar—. Lo que tienes aquí, es
una mujer. Ella es tu madre, sí, pero es una mujer. Una hermosa mujer. Nosotros
tenemos un pene y ellas tienen una vagina. Quiero que veas. ¿Sabes qué es una
vagina?, te lo voy a mostrar. —Apartó la tanga negra de un tirón, dejándola a
la altura de las rodillas. —Como si fuera su profesor, levantó y abrió
las piernas de la mujer, mostrándole los labios íntimos y la raja rosada. Como
la tanga le estorbó, la arrancó y la lanzó por el aire—. Esto es una vagina y
nosotros insertamos nuestro pene aquí. Apenas descubrió la parte íntima de
Ivonne, y Salomón tuvo una espectacular erección—. ¡Eso es! ¡Ese es mi
muchacho! —Sus ojos se maravillaron y su boca quedó abierta como la coladera de
un drenaje profundo—. Esto… esto es increíble. No creo que exista alguien con
algo como eso. Podría ser un bastón. ¡Diablos, y miren esa cabeza! Parece un
puño de hombre. Estuvo a punto de medirlo con su puño pero lo que le detuvo,
fue el desagradable sentimiento de resultar todavía más humillado, no obstante
estaba dando saltos de emoción.
—Esto tengo que fotografiarlo. Mi teléfono, ¿dónde quedó? —En eso se percata
que Salomón, cada que levanta la vista para mirar a Ivonne, resucita su
erección—. Que me lleve el diablo si no es lo que creo —dijo el hombre,
olvidándose de su teléfono.
Quedó mirando a Salomón, y éste, agachaba la vista como avergonzado.
—Tú, pillo. Tú, pillo, quieres cogértela. ¡Tú quieres coger y ya te descubrí!
¡Claro! No eres tan estúpido como ella dice. ¡Yo lo sabía!
De nuevo comenzó a dar saltos como un chiquillo.
—¿Sabes cómo hacerlo? —le preguntó emocionado—. Te voy a enseñar. Ven,
acércate. No seas tímido. Te digo que ella no despertará hasta mañana; y tú no
tienes por qué decírselo. Yo me haré cargo. Ven. Te voy a mostrar.
Metió la mano y sacó el miembro de su bóxer, para después acercarlo a la vagina
de la mujer.
—Levantas sus piernas. Así. Sus tobillos las colocas sobre tus hombros. ¿Ves?
Así. Introduces. ¿Ves? Y luego comienzas a moverte. Adelante, atrás, adelante,
atrás. Las caderas. Así, ¿lo ves? Ahora hazlo tú.
Salomón permaneció en su lugar cuando el hombre se apartó.
—Salomón, Salomón… Esto lo hago por ti —Comenzó a hablar en voz baja y amable.
Lo cierto es que estaba excitado con la idea de ver qué tan profundo podía
llegar con su aparato. Estaba seguro que aquello no entraría completo en
ninguna mujer. La ranura de Ivonne era diminuta comparada con aquella anaconda
de selva—. Anda —lo guió.
Salomón, cubierto de sudor, no se movía de su lugar. Veía la vulva de la
mujer y parecía que se animaba, mas luego de levantar la vista, posándola
sobre la cara durmiente de la mujer, retrocedía. Sus ánimos se disipaban con
tan sólo verla.
—¡Ah, ya sé! —notó de repente el hombre. Volteó a la mujer boca abajo y la dejó
de tal manera que sus rodillas cayeron al suelo. El trasero de la mujer estaba
expuesto—. Ahora ya no la podrás ver y recordar que es tu madre. Ahora es sólo
un trasero, un hermoso trasero de mujer. —Sobó las nalgas—. Es el mejor trasero
que hayas visto, te lo aseguro. Lo disfrutarás.
Aquello dio resultado. Salomón tuvo una erección todavía más increíble que la
de hacía un momento. El hombre ya no tuvo que ordenarle nada. Salomón, en un arrebato
de incontenible deseo, se acercó al trasero y trató de introducirse con su
torpeza de animal impúber. Ya no era Salomoncito. Ya no era el papito de mamá,
no. Ahora ella y todas las mujeres sabrían que Salomón era un hombre y que
podía comportarse como tal. Estaba desprejuiciado y con un instinto certero de
cumplir con su único objetivo en la vida: coger.
—Eso no va entrar —comentó el hombre, descreído.
Salomón se estrellaba y rebotaba.
Volvió a intentarlo. Dio vuelta al glande, de un lado y de otro, torciéndolo;
mas fue echado hacia atrás una vez más. Encontró el ano de la mujer, luego de
separar las nalgas. No, el ano no. Si no entraba en la ranura menos en el ano.
Si entraba en la ranura, posiblemente el ano seguiría. Sujetó la flecha con una
mano y con la otra intentó abrir camino sobre los sedoso pliegues, en un
frenesí de impaciencia. Se inclinó, abrió las nalgas de la mujer, separó los
muslos maravillosamente esculpidos, pero sin conseguir entrar. Nada funcionaba.
—Déjame ayudarte —dijo impaciente el hombre, ahora excitado con los intentos
fallidos: sobre todo por el empeño enloquecedor del chico.
Salomón sostuvo con una mano el glande y con la otra el endurecido tallo,
porque así se lo ordenó su ayudante. Éste abrió los pliegues introduciendo las
puntas de los dedos como si quisiera abrir una naranja a partir de un minúsculo
rasguño. La punta de la flecha era monstruosa como la cabeza de un recién
nacido, no obstante, si de allí había salido antes un pequeñillo Salomón, por qué
no habría de entrar una parte “pequeña” de un crecido Salomón.
La naranja se había partido, y haciendo cloac, logró la anaconda escabullirse
por las paredes húmedas interiores, hasta hundirse, atropellándose incluso con
los dedos de su ayudante que sacó de inmediato. Debieron pasar casi diez
minutos antes de poder conseguirlo. La tarea resultó ardua; pero habían salido
triunfantes y lo festejaban. La cabeza del reptil había entrado a la
incredulidad de su colaborador. El chico, extasiado, apenas podía dar crédito a
lo conseguido. Enloquecido por la excitación, pensaba el chico: “Si tan sólo
despertara y me viera… detrás de ella, montándola…”
—Increíble, ¡increíble! Dónde está mi teléfono, ¡maldita sea, maldita sea!
¿Dónde la habré puesto? Ahora despacio, deslízate. Despacio. Sujétala de sus
caderas. Eso es. Despacio. Deslízate.
Las manos regordetas de Salomón se habían afianzado a las caderas calientes de
la mujer, mientras tanto, su colaborador revoloteaba alrededor suyo como un
duende alrededor de su olla de oro. Se pasaba de un lado y después del otro. Se
asomaba por encima del arco de la espalda de la mujer, y luego por un muslo de
Salomón. Metía su cabeza en medio de las piernas del chico y decía: “Está
metiéndose, está metiéndose. Sigue. Despacio. Despacio. Deslízate”, y se pasaba
a otro lugar. Por momentos llevaba una mano a la boca y decía: “La vas abrir,
hermano, la vas abrir. No importa. Dale. Todavía falta por entrar. Puedes
entrar más, yo sé que puedes meterla todavía más. Eso es. Empuja. Empuja”.
Para su asombro, la vagina de Ivonne, tan increíblemente elástica, logró
succionar la tremenda anaconda que parecía interminable. Entró completa. “Esto
no lo creo, no lo creo”, repetía. “Entró, entró toda. Tienes suerte, hermano,
tienes suerte. Esta mujer es increíble”.
Salomón no esperó la siguiente orden, aunque ya la había dado su observador.
—Ahora comienza a moverte. Despacio. Despacio. Sal despacio… ¡No, no te salgas
todo! ¡Tonto! Ahora entra. Esta vez no será tan difícil. Ya no te ayudaré.
Entra solo. Entra... ¿Lo ves? Ella es increíble, increíble. Vuelve a salir.
Ahora vuelve a entrar. Bien, lo estás haciendo bien.
El chico se estrellaba salvajemente, jadeando como una bestia hasta que en un
gruñido ahogado, se detuvo. Todavía alcanzó a dar un par de empellones más,
intentando prolongar el tiempo lo más que se pudiera. Estaba cumplido.
—Vete a tu cuarto —ordenó el hombre. Estaba como decaído.
Luego de terminarse un cigarrillo, regresó su atención a la mujer. Pensó en
huir en varias ocasiones, mas al final, se quedó. Había un líquido espeso y
viscoso emanando del interior de la vagina de la mujer. Lo limpió con
sorprendente paciencia, para después colocarle el camisón desgarrado. La acostó
como si fuera una niña y esperó hasta que despertara.
—Me siento… Me duele la cabeza —dijo ella, abriendo perezosamente los ojos.
Trató de levantarse y vaya sorpresa que se llevó, no lo logró—. ¿Te
aprovechaste de mí? —acusó con la mirada.
—Lo hice —respondió impasible.
Ella guardó la compostura.
—¿Cuántas veces lo hiciste?
—No recuerdo.
—¿No recuerdas? —Su tono había subido de intensidad.
—Sólo quería ayudarte a dormir. No pensé… que te iba a caer de peso la droga
que te di.
—Y sin mi consentimiento.
—Te veías tan sensual, que…
—¿Y Salomón, ya se despertó?
—Sigue durmiendo.
Pausa.
—Duerme como un bebé.
—No puedo levantarme, en serio.
Él seguía imperturbable.
—¿Estás enfadada?
—¿Y cómo no voy a estarlo? Quiero que te vayas. Esto lo vas a pagar.
—Está bien, pero antes de irme debo decirte algo. Yo… yo no fui el que te
violó.
—¿Qué dices?
—Si quieres denunciarme, hazlo, pero entonces tendré que decir lo que vi,
y creo que no es lo que quieres.
Él le relató una historia espantosa sobre su hijo. Él salió al baño, y para
cuando entró a la recamara, vaya sorpresa. Retiró al muchacho y lo encerró en
su recamara.
—Estás loco si crees que te voy a creer —dijo indignada ella.
—Entonces ve, y que te hagan los análisis pertinentes. ¿Crees que yo te dejaría
así de adolorida? Sabrán que el esperma que encontraron, es de tu hijo. Lo
siento. No quería decírtelo, pero yo no quiero problemas.
Cerró la puerta y luego de salir de la recámara, un grito desgarrador de mujer causó
que ladraran todos los perros de la colonia.