Despertares
*1*
Lorenzo despierta. Se levanta de la cama. Está oscuro, pero la poca luz plateada que logra colarse por la ventana le permite moverse en el entorno. Ha encontrado el apagador. Las luces han encendido y aún no logra recordar el lugar donde se encuentra, el lugar donde despertó. Sale del cuarto en busca de alguien que lo pueda auxiliar en su memoria. Hay una puerta al frente. La abre despacio e introduce como ratón curioso su cabeza redonda. El cuarto está oscuro. Hay alguien durmiendo sobre la cama. Cierra la puerta sin hacer ruido y sigue sobre el pasillo hasta llegar a unas escaleras descendentes. Baja y encuentra una sala. Escucha voces en la calle. Se asoma por la ventana y ve gente caminando de un lugar a otro. En ese momento alguien sale del algún lugar envuelto en una bata de dormir.
—¿Dónde estoy? —pregunta
el hombre extraviado.
Lorenzo se alza de hombros y dice:
—Esperaba que usted me
dijera.
Se le ocurre que quizás el que está
durmiendo allá arriba sepa responder a ambos.
*2*
Qué
curioso, al igual que Lorenzo de nuestro anterior capítulo, Verónica no reconoce
el cuarto donde se encuentra. “Seguramente he hecho el amor con algún idiota de
la fiesta”, especula ella. “Ay, no; no de nuevo”.
Pero…
Está
segura que regresó a casa acompañada de Julián, sin embargo… Poco después
de que examina el lugar, descubre que no es la casa de su novio. De pronto la
puerta se abre y entra una jovencita envuelta en una pijama. ¿Quién es?
—Hola —dice.
—Hola —contesta.
—¿Aquí vives?
—Nn… no. Yo creía que este
era tu cuarto.
Hay dos camas
individuales. Hay dos roperos, un tocador, un escritorio y, todo parece estar
cuidadosamente separado para dos señoritas de distinta edad.
—Ya revisé allá abajo,
pero no hay nadie —dice la adolescente—. Salí hasta la calle y vi a mucha
gente caminando. Les pregunté que qué pasaba pero ellas… parecen no saber en
qué lugar se encuentran. Me asusté y regresé.
—Qué raro… —Verónica se
asoma por la ventana haciendo a un lado la cortina. Hay mucha gente allá
afuera—. Eso sí que es algo extraño. Algo ha de haber pasado.
Ella
está segura que está en casa de algún hombre que conoció en la fiesta; el
motivo que da la sospecha, es que no es la casa de Julián ni de ningún otro de
sus amigos ni ex novios que ha frecuentado. Aún tiene los pantalones que
vistió en la fiesta, que es prueba suficiente para no volverse loca. El reloj
de pared dice que son las cuatro de la mañana.
—¿Crees que nos
secuestraron? —pregunta asustada la joven.
—No creo —responde de
inmediato Verónica—. Es muy fácil escapar por esa ventana; además dijiste que
lograste salir a la calle. Debimos haber tomado algo fuerte en la fiesta para
que ambas no recordemos qué estamos haciendo aquí. Seguramente alguien nos
trajo.
—¿Fiesta?
—¿No fuiste a la fiesta?
¿Hasta dónde recuerdas?
—Estaba con mis papás
viendo una película. Luego me fui a dormir.
Ambas
se quedaron pensativas.
—Esperaremos a que
amanezca como dices. Saldremos de aquí y tan pronto hallemos algo conocido,
estoy segura que recordaremos —dice Verónica para tranquilizarla—. Pero a mí se
me hace que tú estás en casa —dice, y señala la pijama que lleva puesta. La
adolescente sonríe alumbrada por la deducción—. ¿Cómo te llamas?
—Sa… Sandra.
—Yo me llamo Verónica.
Bueno Sandra, has de haber tomado algo que te dejó aturdida, como yo.
Se
sonríen y luego se quedan pensando. Verónica se pasa a la otra cama y se tumba
mirando al techo. La adolescente fue a sacar algo de ropa de los cajones del
ropero.
—Todo esto me
queda —manifestó la adolescente mientras se quita los pantalones y deja a la
vista de Verónica su ropa interior—. Creo que tienes razón. Creo que estoy en
casa.
*3*
Alicia
tarda en enfocar la vista. Hay demasiada luz. Se sobresalta de ver a dos
hombres al pie de su cama. Reconoce al primero.
—¿Tío?
Ambos hombres se miran y luego la
miran a ella como si fuera una completa desconocida. Luego pasa a
reconocer al segundo.
—¿Tío? —repite él.
—¿Es tu tío? —pregunta
su hermano.
—Pues… sí. Y tuyo
también.
Su hermano se revuelve
los cabellos.
Se
queda tan desconcertada y piensa que es una broma de ellos dos. Pero su tío no
es de las personas que ríen mucho, recuerda.
—Cre… Creo que perdimos
la memoria y necesitamos tu ayuda —le dice su tío.
*4*
Verónica
y Sandra salieron de la casa en cuanto los rayos del sol iluminaron las calles.
Han caminado durante media hora. La gente sigue deambulando y ahora parece que
en la colonia hay todo un carnaval. Algunos automóviles tratan de abrirse paso
entre la muchedumbre que camina como sonámbula. Hay un choque en la esquina y
unos individuos están discutiendo. Tanto la radio como la televisión no
funcionan, mucho menos lo celulares. Tampoco hay red para conectarse a
internet. Algunos ya sufren los estragos de la desesperación y lloran en
medio de la calle. Otros ya comenzaron a cometer actos vandálicos en las
tiendas de los supermercados. Verónica aún recuerda a su novio Julián, así que
fueron a buscarlo. Ambas quedaron resignadas de su situación después de que se
dieran cuenta que toda la ciudad, ha perdido partes de su memoria. La gente
incluso se les acerca para preguntarles si los conocen. Incluso hay casos
serios donde la gente parece no recordar absolutamente ni qué es una cuchara.
—Es ahí —dice Verónica,
tras reconocer la casa de dos niveles y techo de madera. Tiene las llaves.
*5*
Lorenzo
trata de recordar los hechos de la última noche mientras su “tío” le sirve café
en una taza de porcelana. Alicia, sentada al otro lado de la mesa los observa
con una curiosidad perspicaz. Los tres tratan de atar los cabos sueltos en el
interior de la cocina. Su “hermana” es la única que no perdió la memoria. Todos
los vecinos también tienen las mismas preguntas. Algunos saben cuál es su
nombre; otros ni eso lo saben como su “tío” Arturo. Lorenzo sí recuerda a sus
amigos, su infancia, todo parece estar en orden. Lo único que no recuerda es a
su familia. Alicia tiene trece años y Lorenzo tiene veinte; ambos son
“hermanos”. Alicia contó que su padre murió cuando ella todavía no nacía; que
su madre había enfermado hace una semana y que estaba internada en el hospital.
Dijo que Arturo los está cuidando.
—Esto… esto es un
desastre —dice Arturo que no se resigna. ¿Y si no regresa mi memoria?
¿Qué voy hacer? —Se pasea de un lado a otro, derramando gotas de café a
su bata y piso—. No sé ni de qué trabajo. ¿Lo sabes? —pregunta a Alicia.
—Es… algo sobre
computadoras —dice con un hilo de voz victorioso.
—Gracias a Dios que sé,
qué es una computadora; pero no tengo ni idea qué hago con ella.
Alicia estira el
brazo para alcanzar unas galletas sobre la mesa.
Julián,
tras buscar por toda la casa y no hallar a nadie, derrumba exasperado la única
puerta que no ha revisado por encontrarse asegurada. Ha encontrado una joven
recostada sobre una cama. La bombardea con preguntas. Ella, envuelta en un
abrigo no dice ninguna palabra; es más, hasta parece que a ella no le preocupa
en lo absoluto que él esté gritándole y que haya derrumbado su puerta. Julián
se desespera y aparta de un tirón el abrigo. ¡Dios santo! Descubre un hermoso
cuerpo. La joven ni se inmuta. Tiene las piernas desnudas y unos perfectos senos
saliendo inconmensurables. Julián traga saliva. Ella abre los ojos. “¿No me
quieres responder?” Se encima sobre de ella; permanece sumisa y sin intenciones
de ofrecer resistencia. Él lo entiende como una invitación y comienza a besar
apasionadamente la garganta mansa de la joven. Luego se sumerge en los senos de
la chica y es apresado en un delirio embriagador. Chupa y muerde los
pequeños cilindros rosados. Se queda unos minutos sobándolos y después se
desliza frenéticamente hasta el triangulo suave y moreno de vello púbico que lo
embriaga. Se escuchan los primeros gemidos femeninos que estimulan los oídos de
Julián -o al menos para él son gemidos-. Se mete entre los muslos sumisos y no
perdiendo el tiempo comienza al lamer la ranura carnosa. De rodillas, él sujeta
los blancos muslos de ella y los levanta. Ahora él puede ver el asterisco
lóbrego y comienza a probarlo con la punta de la lengua, mojándolo. Le ha
producido un cosquilleo inesperado a la joven chica. Cada vez que lo estimula,
los muslos de la joven se contraen. Es una zona sensible e inexplorada, sabe
Julián. Su miembro, escondido en el pantalón, palpita deseoso de clavarse en la
joven carne. Rápido lo libera. Con la puntita, es decir, con el glande, hace
círculos sobre el lienzo de piel y punto de unión. Lo pasea por toda la vulva
caliente. Juega con toda esa sensible zona. La embiste por fin, no aguantando
más su deseo de penetrarla. Se deleita con la fricción y deja escapar algunos
alaridos involuntarios. En ese momento escucha una voz en la casa.
—Maldita sea…—refunfuña.
Detiene su movimiento
mecanizado y comienza a subirse los pantalones.
*7*
—Julián, ¿estás ahí?
Un joven baja de las
escaleras con aspecto desaliñado.
—¡Verónica! Justo a la
que quería ver. Ah, y vienes con tu hermana.
Ambas mujeres se quedan mirando entre
ellas.
—¿Cómo se llama?
—Es Sandra. ¿Por qué me
preguntas?
—Julián… ¿no has perdido
tus recuerdos?
El joven extrae un
cigarrillo de uno de sus bolsillos de los pantalones y se toma su tiempo para
encenderlo, antes de decir:
—Ahora que lo dices… no
recuerdo dónde estoy. ¿Cómo sabías eso?
—Porque toda la gente ha
perdido la memoria o al menos parte de ella.
—Bromeas.
—¡Es la verdad! —expresa
Sandra—. Sólo asómate a la calle. Es un desastre.
—Nosotras también
despertamos sin saber dónde nos encontrábamos, pero puesto que a todos le ha
sucedido lo mismo… y que las dos nos encontrábamos dentro de la misma casa,
supusimos que somos familia. ¡Y ya lo has concretado! —Ambas mujeres están
felices.
A Julián se le ha caído el cigarro de
la boca.
—Pero… ¿cómo es que
nosotros no nos olvidamos?
—¡No lo sé! Yo no
recuerdo a mi familia, ni mi casa… pero todo lo demás está ahí. Es algo muy
extraño.
—Y…
Julián está de pronto
pálido como una hoja de papel. Se agacha para recoger el cilindrillo aún
humeando.
—¿Y… esta es mi casa?
—pregunta él a Verónica.
—¿Te sientes bien?
—Sí, sí…
—Es tu casa.
—Y… ¿tengo hermanos?
—Dos. Pero ahora sólo
estás con tu hermana porque tus padres se fueron a ver a tus abuelos. ¿Está
arriba ella? Debo hablar con ella.
—N… no, no —la detiene,
sujetándola de su brazo—. Está durmiendo. Deja que siga hasta que se levante.
—Si tú sabes sobre la
familia de él —dice Sandra a Verónica—, ¿entonces tú sabes quiénes son nuestros
padres? —pregunta a Julián.
—Ahm… sí, así es
—responde Julián.
—¿Sabes si están en la
ciudad? —pregunta Verónica.
—Que yo recuerde…
estaban en tu casa. Ayer, que fuimos a la fiesta de Ricardo; dijiste que
querías regresar antes de que tu padre se levantara, que era a las cinco de la
mañana.
—¡Por Dios! —lo
interrumpe Sandra con las manos en la boca.
—¿Qué pasa?
—Cuando me levanté esta
mañana, la puerta estaba entreabierta —les avisa Sandra, totalmente alarmada.
—Lo que quiere decir…
que ambos salieron—deduce Verónica—. Julián, necesitamos tu ayuda.
Debemos buscar a nuestros padres y nosotras no podemos reconocerlos.
—Pero… —Julián dirige la vista
a las escaleras.
—Es verdad, tu hermana…
Vamos a despertarla y...
—N, no, no… —vuelve a
interponerse en su camino.
—¿Qué esconces, Julián?
—lo cuestiona Verónica.
Él se ha puesto muy
nervioso. Ella lo conoce demasiado bien. La asalta la preocupación, así que
sube las escaleras.
—¡Hijo de puta! —se
escucha desde arriba.
*8*
Lorenzo
ha salido de la casa. Arturo trató de impedir que saliera pero él, con tono
rebelde le dijo que quizás la niña había inventado todo, cosa que Lorenzo sabía
que era muy poco probable. En conclusión, fue un pretexto para poder salir. No
iba a sentarse a esperar a que todo se resolviera como suponía su supuesto
tutor. Tomó la camioneta de la cochera y salió derecho a la carretera: era la
camioneta de Arturo, que ni lo recordaba.
Le
es imposible conducir con gente que se atraviesa a cada momento. Debe ir despacio
y esto le desespera sobremanera. Mientras aguarda a que una anciana cruce la
avenida voltea a ver la tienda de ropa que está siendo robada por jovencitas.
¿Dónde está la policía? ¡Ajá!, allí, estacionado frente a la tienda de discos
que también está siendo saqueada. Una sirena se escucha a lo lejos. Disparos
también. También hay humo saliendo de algún lugar. “Esto es el Apocalipsis”,
dice en voz alta. Regresa su atención a la carretera y reanuda su marcha.
Tráfico. “Esto de ir en auto fue mala
idea”, piensa para sí mismo. Da media vuelta y se mete por una calle estrecha
en sentido contrario. Sale a una avenida paralela a otra y aquí se encuentra
con más gente desorientada que bloquea el camino. Ya se ha dado cuenta de que
los que deambulan con bata de dormir y andan descalzos son los que peor se
encuentran mentalmente. Los que están vestidos y caminan por la banqueta son
los que han perdido pocos recuerdos. De pronto reconoce una cara entre toda esa
gente. “Oh, diablos; es mala señal que camine éste con sólo bermudas”.
—¡Paco! —Baja de la
camioneta y se cruza en el camino del sonámbulo.
Este
mira desorientado. Tiene la boca abierta y escurre saliva por la comisura de
sus labios.
—¿No me recuerdas, Paco?
Soy Lorenzo.
No
recibe ninguna señal de reconocimiento. No recuerda ni quién es él y piensa que
está de la chingada.
Lorenzo queda deprimido y se aparta del camino de Paco. Éste sigue su
trayecto, muy fascinado en el redescubrimiento del mundo que transita. Va
dejando una huella húmeda en su vacilante andar. Lorenzo se jala los cabellos
tras ver tan deplorable escena.
Regresa
a la camioneta y se da de golpes con el volante. Ya preparado para irse, de pronto
es distraído. Al otro lado de la banqueta ve a una joven en bata de dormir. Se
escandaliza de ver sangre en su bata. Lorenzo enciende el motor y, tras dar un
giro en sentido contrario da alcance a la desorientada joven. Tiene la misma
mirada extraviada que su amigo Paco. De sus piernas desnudas escurre un hilo de
sangre aún caliente.
—¿Estás bien?
Lorenzo
sabe que no recibirá respuesta, ¿pero qué más puede hacer? La mayoría de la
gente que pasa al lado de ella está en su mismo estado, o simplemente decide
ignorarla porque piensan que tienen mayores problemas. La joven no
responde pero de pronto se detiene. Gira sobre sus talones y ahora regresa.
Lorenzo se queda pensando un momento y termina por meter reversa y seguirla de
nuevo. Está preocupado por ella. Mientras piensa, la sigue por varios minutos
hasta que, se vuelve a detener ella pero esta vez, se mete en un
callejón. Se queda estática. De pronto él puede ver que hay alguien más allí.
Está en el suelo y Lorenzo sale disparado de la camioneta porque piensa que
alguien necesita ayuda. Quizá la sangre que tiene no es de ella sino de esa
persona que se encuentra en el suelo. Luego de acercarse halla con el
espectáculo más monstruoso que haya visto antes en su vida. Es un tipo
con los pantalones abajo, enseñando las nalgas; el tipo está arremetiendo
contra una mujer. Lorenzo descubre que es apenas una jovencita. Está
presenciando una violación.
*9*
—¡Pero yo no sabía!
—dice Julián ante los gritos exasperados de Verónica en la habitación donde se
cometió el indecente crimen. Sandra los puede escuchar desde la sala de abajo.
—¡¿Es que eres un
maldito pito caliente que en cuanto ve una oportunidad se le echa
encima a alguien que no puede defenderse?!
Julián se queda mudo en el rincón y se
talla la frente que está toda sudorosa.
—¡Es tu hermana!
—¡Ya sé que es mi
hermana, pero lo sé por ti! Además… como no me decía nada…
—¡Es porque ha perdido
completamente la memoria!
—¡¿Y cómo iba a
saberlo?!
El altercado se vuelve redundante y parece
no tendrá un buen fin.
*10*
Lorenzo
ha gritado al hombre que se detenga. Ha utilizado su insulto favorito: “Pedazo
de mierda”. El hombre se ha levantado como si le hubiera picado una avispa.
Está rabioso. Es un tipo de casi dos metros de altura -claro, así lo ve él
porque Lorenzo no llega ni al metro con setenta centímetros-. Sabe que tiene
las de perder y huye. El tipo se sube los pantalones de un tirón y ahora lo persigue.
Lorenzo llega a la camioneta. Pone el seguro pero no le da tiempo de subir el
vidrio de la ventanilla. Apenas enciende el motor cuando una poderosa mano lo
inutiliza. Forcejean. ¡Qué fuerza tiene el tipo!, que lo ha sacado por la
ventana y ahora lo ha arrojado al suelo como un costal de basura. Recibe
una reverenda golpiza en las costillas, cabeza y estómago. Se cubre
la nuca y se hace una rosca. No siente los golpes pero sabe que está siendo
masacrado. Quizás muera.
Por
fin se ha ido el tipo. Al menos no le mató. Por si fuera poco se ha llevado su
camioneta. Se ha llevado a ambas jóvenes. Lorenzo se levanta y cojeando, busca
llegar a su casa. Arturo tenía razón: mejor se hubiera quedado.
*11*
Alicia
sale de su cuarto envuelta en unos pantalones jeans, una chamarra ajustada y
lleva puestos sus tenis favoritos. No tiene imaginación para peinarse ni
mucho menos ganas, así que sólo clava los dedos y se mete una diadema de color
rojo dejando un fleco colgando en la frente. Regresa a la sala y halla a Arturo
sentado en el sofá grande, muy pensativo, muy preocupado. El televisor está
prendido pero sólo se observa ruido estático. Él cambia de un canal a otro pero
en todos se ve lo mismo.
—Nada de nada —dice
Arturo—. Ya moví la antena para todos lados y nada.
Se levanta.
—¿Ya estás lista?
Planean
ir al supermercado. Necesitan comida imperecedera. Algunos medicamentos y
herramientas porque dice Arturo que “la cosa se pondrá difícil”.
—Tu hermano se llevó la
camioneta pero hay otro auto que funciona en la cochera.
—Sí, es de mi madre —
expresa Alicia.
—¿La camioneta también?
—No, esa era tuya.
Él
tarda en darse cuenta de lo que acaba ella de decir. Luego Arturo encrespa las
cejas y maldice al desgraciado muchacho.
—Ya me las pagará.
Vamos, acompáñame Alicia. Creo saber conducir.
—Si no, yo puedo
conducir —dice Alicia.
—¿Tú?
—Mamá me enseñó…
Y
la enseñó porque había planeado que si, Lorenzo no se encontraba para llevarla
de emergencias el día que enfermera, al menos la llevaría su hija. Y es que
Lorenzo era un vago de mierda. “Tienes que saber conducir -le había dicho-,
porque sabiendo conducir, vas adonde quieras“. Mas el día que enfermó su madre
esto no pudo hacerlo; prefirió llamar a una ambulancia y eso fue lo adecuado,
le dijeron los paramédicos para más tarde.
—Probaremos —dijo
Arturo—, pero si veo que no puedes hacerlo, yo lo haré.
Arturo
no tiene confianza en sí mismo, nota la jovencita. De cualquier forma le gusta
este “tío”, al anterior. Por primera vez estaba disfrutando de su
compañía. Se suben en el cochecito y salen de la cochera con gran
maestría de parte del conductor. Ella está al volante.
*12*
Después
de recorrer en auto por casi dos horas, en un perímetro trazado, regresan
de nuevo a la casa de Julián. Sandra se quedó para acompañar a la hermana de
éste. En el camino Verónica ha tratado inútilmente de apartar la imagen que se
formó en su mente: Julián encima de su propia hermana… que le resulta
simplemente repugnante. Él se ha mantenido en silencio la mayor parte del
tiempo, lamentándose.
Verónica
salió a buscar a sus padres, preocupada de que éstos estén deambulando con la
memoria perdida y exponiéndose a los peligros desatados por toda la ciudad en
desorden. Julián aceptó acompañarla, siendo él, el único capaz de recordar a
los padres de Verónica. De repente un helicóptero cruza perezosamente el
nublado cielo. Es el tercero en media hora. La gente de la calle cada vez está
más desquiciada.
Julián
sabe que Verónica jamás lo va a perdonar, que su relación ha terminado. Pero
este es un pequeño problema comparado con lo que se le armará si su hermana
llega a recuperar la memoria. Está seguro que se lo dirá a sus padres. Sabe que
eso será su fin. Está seguro que su propio padre lo meterá a la cárcel.
—La ciudad es muy grande
—dice él.
—Eso ya lo sé —responde
ella, malhumorada.
—Si quieres podríamos
dar otra vuelta en la tarde.
Ella ya no desea hablar. El auto sigue en
su marcha. Dan una vuelta a una esquina y se encuentran con que un montón de
gente viene rápidamente hacia ellos. Algunos caen. Uno tras otro. Sangran por
la boca. Hay gritos. Julián no escucha que Verónica le ha ordenado retroceder.
Un impacto rebota en la defensa del auto. Les están disparando.
*13*
Alicia
regresa al auto con sus manos ocupadas. Arturo le dijo que productos de primera
necesidad y eso ha hecho, pero él con la mirada ya se lo está reprochando. Lo
bueno es que todo ha sido gratis: todos están robando de la tienda.
—Te tardaste demasiado
—se queja Arturo—. ¡Y yo traje más! —Él echa una mirada a los objetos que ha
traído la chica —. ¿Qué es esto?
Alicia
se sonroja y le arrebata el estuche.
—Cosas de mujeres —dice
con una vocecita.
Arturo la ve de de nuevo como para
estudiarla mejor. Es una niña, y quizás malcriada.
—Bueno, entonces ya
vámonos.
Ella
es la única que conserva los recuerdos de todos. Incluso sabe cosas que se
supone no debería de saber todavía. Antes de que su madre fuera internada de
emergencia, que por cierto, tenía pensado visitarla en el hospital lo más
pronto posible, Alicia había escuchado la conversación telefónica que sostuvo
su madre con su aparente amante que desde hacía semanas, Alicia, ya se lo
sospechaba. Ella dijo: “te presentaré como su tío, por ahora; sólo dame un poco
más de tiempo”. Curioso que un tío apareciera de la nada, cuando ella cayó en
cama. Todo indicaba que Arturo era el amante de su querida madre, y que ahora
sí pensaba que era de la familia.
—¿Qué fue eso?
Se
escucharon disparos.
—Mejor regresemos a casa
—aconsejó Arturo.
*14*
Se
ha metido en una casa buscando refugio. Saltó una verja y luego, tras ver una
ventana abierta en el segundo piso, se las arregló para llegar hasta el
alfeizar. “Ahora sí que se ha desatado el infierno”, dice para él mismo. Unos
tipos con armas están tirando a matar. Afortunadamente ha encontrado refugio.
Escucha pasos atrás suyo y, puesto que la puerta está abierta, ha visto pasar
la silueta de alguna persona. Las sábanas de la cama dentro del cuarto están
revueltas, lo que quiere decir que alguien durmió ahí; y fue el mismo que abrió
la ventana, lo cual agradece.
—¡Ahora me voy; por
favor no se asusten!
Escucha
un ruido estrepitoso. Luego escucha un estertóreo quejido. Le sobrepasa la
curiosidad y, tras encontrar unas escalares, halla en la planta de abajo a un
anciano que yace boca abajo, como una tortuga que trata de levantarse. Deduce
que ha caído por las escaleras. Baja rápidamente los escalones para auxiliarlo.
Trata de levantarlo y al hacerlo, se da cuenta que el anciano no puede sostenerse
por él mismo. Lo sienta en el escalón. Luego, al girar el cuerpo se
encuentra con una mujer de unos treinta y tantos años, o cuarenta, y que es
realmente sensual; lleva un traje sastre de color rojo y zapatillas del
mismo color.
—Ah… se cayó, lo juro…
Yo sólo…
Los ojos de la mujer están ausentes, lo que
quiere decir que ha perdido también la memoria. Es inútil dar explicaciones. La
mujer tiene el cabello revuelto; quizás durmió con ropa antes de despertar y
olvidarlo todo y por eso se deba a que esté vestida de esa manera.
Hay otro anciano parado al pie de una
puerta y también no tiene memoria. Lorenzo, que está cansado, se echa
sobre un confortable sillón.
—¡¿Hay alguien más en la
casa?!
No
recibe ninguna respuesta. El viejo que se cayó de las escaleras trata de
restablecerse, pero no puede; parece que tiene algunos huesos rotos. Es como
esos cervatillos que acaban de nacer y no pueden quedarse de pie. “Debe sentir
mucho dolor”, piensa Lorenzo. Regresa su mirada a la mujer, que ahora se
ha distraído con un objeto. Son como niños de dos años, explorando la casa.
—Sí que es usted guapa,
señora.
La
anciana que se ha acercado hasta él; está toda mojada; se ha orinado en su pijama.
Eso ahuyenta a Lorenzo de su lugar de descanso. “Sí, eso es lo peor de perder
la memoria”. Se queda mirando a la mujer y pensando.
Sigue
pensando, y decide. Se levanta para arrastrarla hasta la cocina; ahí la obliga
a voltearse; ella le obedece sumisa como si fuera un maniquí. La empuja hacia
adelante y la hace que se apoye con los dedos sobre la superficie de la mesa.
Lorenzo le sube la falda y se deleita con el panorama. Lorenzo, enloquecido, se
baja el pantalón y piensa: “Después de la paliza que me dieron… bien me merezco
esto”. Apunta su miembro que palpita inquieto, y lo acerca a las redondas
nalgas de la señora; hace un lado la tira delgada; embiste, embiste despacio.
“Aaahh”, respinga Lorenzo. Está dentro de ella y quiere quedarse ahí por el
resto de su vida—. Siempre quise hacerle esto a una mujer como de tu clase
—murmura entre dientes.
Escucha pasos atrás y encuentra a los viejos que, de mirones no
pasa.
La
mujer es embestida una y otra vez. Plap, Plap, Plap…
—¡Mamí! —escucha una
vocecita y esto lo obliga a apartarse de ella.
—¡Diablos!—se sube los
pantalones. El niño o niña ha corrido a esconderse.
*15*
Ha
recibido un impacto en el hombro, o a lo mejor fueron dos y Julián ya no
puede conducir. Las balas llegan de frente y su parabrisas ya tiene ocho perforaciones
en el lado del conductor y dos en el asiento del copiloto. Tanto ella como él,
deciden salir del auto y correr para encontrar refugio sobre la calle. Hay
cuerpos tendidos: siete tan sólo en una circunferencia de cien metros de
diámetro. Ha de haber unos doscientos cadáveres regados en toda la calle.
Abren
las puertas laterales al mismo tiempo y corren hacia la parte de atrás, a modo
que el auto les sirva de escudo. Las balas pasan zumbando por el aire. Otras
siguen chocando contra el duro metal.
—A la cuenta de tres
corremos hacia allá —señala Julián, sosteniéndose la herida que se ha extendido
de rojo en toda su ropa—. Una… dos… ¡tres!
Corren.
Y
siguen corriendo sin detenerse, siguiendo a la multitud. Algunos que van
adelante, caen. Zum, pasó un proyectil, rozando la cabeza de Verónica.
—¡Aquí! —Es la voz de
Julián, que señala la dirección de un protector callejón.
Julián está agotado y se le doblan
las piernas. Está perdiendo demasiada sangre.
—¡Por aquí!
La
voz les produce un horrible escalofrío a ambos. Son dos sujetos que, envueltos
en capuchas y anteojos, caminan apuntando con sus armas.
—Déjame aquí —le dice
Julián —. ¡Vete tú!
Si
no es por dos contenedores de basura que hay en el callejón y que obstaculiza
la visión a los militares ya les hubieran matado.
—¡No! —grita Verónica,
derramando sus lágrimas.
—¡Te dije que te fueras!
Pero ella no piensa
moverse, se queda junto a él, junto al amor de su vida.
*16*
Varios
hombres los obligan a detenerse. Hay cuerpos tendidos en toda la avenida. Ambos
están realmente aterrados. Arturo le dice que no se preocupe, que todo va a
estar bien. Ella no le cree, pero sus palabras tienen un efecto
aliviador. Un sujeto les ordena bajar del auto. Obedecen. Arturo con las manos arriba ahora lo
obligan a arrodillarse. Se están divirtiendo con él.
—Esto… esto es un error.
Y
así, sin vacilación, le disparan. Este cae y comienza a formarse un charco de
sangre a su alrededor.
—¿Error dices? No hay
error, estúpido —dice el sinvergüenza que lo asesinó, que ahora se acerca a la
joven.
Está
temblando y ha ahogado un pavoroso grito de horror.
—¿Cómo te llamas?
No
responde, no porque quiera, sino porque no puede.
—¡Te pregunté tu nombre!
—A… Alicia —dijo, con
gran esfuerzo.
—Alicia, ¿he? —Ahora la rodea,
chasqueando la boca—. ¿Cuántos años tienes?
—T… te… trece.
—Trece ¿he?
—Qué problema… dice
alguien.
—Sí, sí que es un
problema… —repite cerca de ella, tan cerca que puede oler su apestoso aliento.
—Nos gusta mucho matar
niños.
Alicia no da crédito a lo que escucha.
—Pero te diré algo. Te
dejaré ir si nos relajas un poco. Estamos algo estresados, ¿sabes? Será sólo un
rato, te lo aseguro; lo que pasa es que todos somos eyaculadores precoces.
Se escuchan risas.
El tipo la recarga
contra la cajuela del auto y ella, destrozada en su psique, no ofrece
resistencia. El tipo comienza a tararear una canción, al mismo tiempo que va
liberando de su pantalón su aparatoso bulto.
*17*
Luego
de salir de la casa, distingue a dos sujetos que están a una distancia de unos
cien metros, lo que le brinda la oportunidad de doblar la esquina próxima y
escapar. Ya le vieron, y comienzan a disparar.
Ha tomado la ruta más larga para llegar a
su casa pero necesaria por ser más segura. Entra a la casa (por fin) y se
lamenta haber salido de ahí y, cuando se disponía por fin a descansar,
encuentra a su hermana con los ojos llorosos.
Ambos
se quedan mirando y, con un hilo de voz, ella le dice que mataron a su tío
Arturo.
Alicia no sabe cuánto tiempo ha estado en
los brazos de su hermano Lorenzo, llorando; le ha contado cómo los detuvieron
en el camino, y cómo le dispararon a Arturo, a sangre fría. Lorenzo también ha
contado lo que vio estando afuera. “Lo bueno es que estás aquí, con vida”, le
dice, pero ella calla, y más y más lágrimas salen de sus ojos.
*18*
Afuera,
en la colonia, hay cada vez más gente deambulando como perritos sin dueño.
Alicia despertó no sabiendo dónde se encuentra ni quién es ese chico que la
está acompañando.
Dijeron
que una tormenta solar no iba causar mayor estrago que un buen protector solar
no pudiera bloquear; pero con lo que no se contó, es que esta tormenta solar
llegó acompañada de una oleada de rayos cósmicos, provenientes desde La Gran
Explosión, totalmente indetectables a los sensores digitales. Dentro de estos
rayos cósmicos, había partículas hasta entonces desconocidas. Las dendritas de
las neuronas, lamentablemente, fueron el único instrumento orgánico que detectó
su presencia.