"Para escribir se debe echar todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad y hasta la felicidad". Faulkner

lunes, 3 de septiembre de 2012

Despertares




Despertares

*1*

    Lorenzo despierta. Se levanta de la cama. Está oscuro, pero la poca luz plateada que logra colarse por la ventana le permite moverse en el entorno. Ha encontrado el apagador. Las luces han encendido y aún no logra recordar el lugar donde se encuentra, el lugar donde despertó. Sale del cuarto en busca de alguien que lo  pueda auxiliar en su memoria. Hay una puerta al frente. La abre despacio e introduce como ratón curioso su cabeza redonda. El cuarto está oscuro. Hay alguien durmiendo sobre la cama. Cierra la puerta sin hacer ruido y sigue sobre el pasillo hasta llegar a unas escaleras descendentes. Baja y encuentra una sala. Escucha voces  en la calle.  Se asoma por la ventana y ve gente caminando de un lugar a otro.  En ese momento alguien sale del algún lugar envuelto en una bata de dormir.
    —¿Dónde estoy? —pregunta el hombre extraviado.
Lorenzo se alza de hombros y dice:
    —Esperaba que usted me dijera.
 Se le ocurre que quizás el que está durmiendo allá arriba sepa responder a ambos.

*2*

    Qué curioso, al igual que Lorenzo de nuestro anterior capítulo, Verónica no reconoce el cuarto donde se encuentra. “Seguramente he hecho el amor con algún idiota de la fiesta”, especula ella. “Ay, no; no de nuevo”.
    Pero…
    Está segura que regresó a  casa acompañada de Julián, sin embargo…  Poco después de que examina el lugar, descubre que no es la casa de su novio. De pronto la puerta se abre y entra una jovencita envuelta en una pijama. ¿Quién es?
    —Hola —dice.
    —Hola —contesta.
    —¿Aquí vives?
    —Nn… no. Yo creía que este era tu cuarto.
    Hay dos camas individuales. Hay dos roperos, un tocador, un escritorio y, todo parece estar cuidadosamente separado para dos señoritas de distinta edad.
    —Ya revisé allá abajo, pero no hay nadie —dice la adolescente—.  Salí hasta la calle y vi a mucha gente caminando. Les pregunté que qué pasaba pero ellas… parecen no saber en qué lugar se encuentran. Me asusté y regresé.
    —Qué raro… —Verónica se asoma por la ventana haciendo a un lado la cortina. Hay mucha gente allá afuera—. Eso sí que es algo extraño. Algo ha de haber pasado.
    Ella está segura que está en casa de algún hombre que conoció en la fiesta; el motivo que da la sospecha, es que no es la casa de Julián ni de ningún otro de sus amigos ni ex novios que ha frecuentado.  Aún tiene los pantalones que vistió en la fiesta, que es prueba suficiente para no volverse loca. El reloj de pared dice que son las cuatro de la mañana.  
    —¿Crees que nos secuestraron? —pregunta asustada la joven.
    —No creo —responde de inmediato Verónica—. Es muy fácil escapar por esa ventana; además dijiste que lograste salir a la calle. Debimos haber tomado algo fuerte en la fiesta para que ambas no recordemos qué estamos haciendo aquí. Seguramente alguien nos trajo.
    —¿Fiesta?
    —¿No fuiste a la fiesta? ¿Hasta dónde recuerdas?
    —Estaba con mis papás viendo una película. Luego me fui a dormir.
    Ambas se quedaron pensativas.
    —Esperaremos a que amanezca como dices. Saldremos de aquí y tan pronto hallemos algo conocido, estoy segura que recordaremos —dice Verónica para tranquilizarla—. Pero a mí se me hace que tú estás en casa —dice, y señala la pijama que lleva puesta. La adolescente sonríe alumbrada por la deducción—. ¿Cómo te llamas?
    —Sa… Sandra.
    —Yo me llamo Verónica. Bueno Sandra, has de haber tomado algo que te dejó aturdida, como yo.
    Se sonríen y luego se quedan pensando. Verónica se pasa a la otra cama y se tumba mirando al techo. La adolescente fue a sacar algo de ropa de los cajones del ropero.
    —Todo esto  me queda —manifestó la adolescente mientras se quita los pantalones y deja a la vista de Verónica su ropa interior—. Creo que tienes razón. Creo que estoy en casa.

*3*

    Alicia tarda en enfocar la vista. Hay demasiada luz. Se sobresalta de ver a dos hombres al pie de su cama. Reconoce al primero.
    —¿Tío?
 Ambos hombres se miran y luego la miran a ella como  si fuera una completa desconocida. Luego pasa a reconocer al segundo.
    —¿Tío? —repite él.
    —¿Es tu tío? —pregunta su hermano.
    —Pues… sí. Y tuyo también.
    Su hermano se revuelve los cabellos.
    Se queda tan desconcertada y piensa que es una broma de ellos dos. Pero su tío no es de las personas que ríen mucho, recuerda.
    —Cre… Creo que perdimos la memoria y necesitamos tu ayuda —le dice su tío.

*4*

    Verónica y Sandra salieron de la casa en cuanto los rayos del sol iluminaron las calles. Han caminado durante media hora. La gente sigue deambulando y ahora parece que en la colonia hay todo un carnaval. Algunos automóviles tratan de abrirse paso entre la muchedumbre que camina como sonámbula. Hay un choque en la esquina y unos individuos están discutiendo. Tanto la radio como la televisión no funcionan, mucho menos lo celulares. Tampoco hay red para conectarse a internet. Algunos ya sufren los estragos de la desesperación y  lloran en medio de la calle. Otros ya comenzaron a cometer actos vandálicos en las tiendas de los supermercados. Verónica aún recuerda a su novio Julián, así que fueron a buscarlo. Ambas quedaron resignadas de su situación después de que se dieran cuenta que toda la ciudad, ha perdido partes de su memoria. La gente incluso se les acerca para preguntarles si los conocen. Incluso hay casos serios donde la gente parece no recordar absolutamente ni qué es una cuchara.
    —Es ahí —dice Verónica, tras reconocer la casa de dos niveles y techo de madera. Tiene las llaves.

*5*

    Lorenzo trata de recordar los hechos de la última noche mientras su “tío” le sirve café en una taza de porcelana. Alicia, sentada al otro lado de la mesa los observa con una curiosidad perspicaz. Los tres tratan de atar los cabos sueltos en el interior de la cocina. Su “hermana” es la única que no perdió la memoria. Todos los vecinos también tienen las mismas preguntas. Algunos saben cuál es su nombre; otros ni eso lo saben como su “tío” Arturo. Lorenzo sí recuerda a sus amigos, su infancia, todo parece estar en orden. Lo único que no recuerda es a su familia. Alicia tiene trece años y Lorenzo tiene veinte; ambos son “hermanos”. Alicia contó que su padre murió cuando ella todavía no nacía; que su madre había enfermado hace una semana y que estaba internada en el hospital. Dijo que Arturo los está cuidando.
    —Esto… esto es un desastre —dice Arturo que no se resigna.  ¿Y si no regresa mi memoria? ¿Qué voy hacer? —Se pasea de un lado a otro, derramando gotas  de café a su bata y piso—. No sé ni de qué trabajo. ¿Lo sabes? —pregunta a Alicia.
    —Es… algo sobre computadoras —dice con un hilo de voz victorioso.
    —Gracias a Dios que sé, qué es una computadora; pero no tengo ni idea qué hago con ella.
    Alicia estira el brazo  para alcanzar unas galletas sobre la mesa.


*6*

    Julián, tras buscar por toda la casa y no hallar a nadie, derrumba exasperado la única puerta que no ha revisado por encontrarse asegurada. Ha encontrado una joven recostada sobre una cama. La bombardea con preguntas. Ella, envuelta en un abrigo no dice ninguna palabra; es más, hasta parece que a ella no le preocupa en lo absoluto que él esté gritándole y que haya derrumbado su puerta. Julián se desespera y aparta de un tirón el abrigo. ¡Dios santo! Descubre un hermoso cuerpo. La joven ni se inmuta. Tiene las piernas desnudas y unos perfectos senos saliendo inconmensurables. Julián traga saliva. Ella abre los ojos. “¿No me quieres responder?” Se encima sobre de ella; permanece sumisa y sin intenciones de ofrecer resistencia. Él lo entiende como una invitación y comienza a besar apasionadamente la garganta mansa de la joven. Luego se sumerge en los senos de la chica y es apresado en un delirio embriagador. Chupa  y muerde los pequeños cilindros rosados.  Se queda unos minutos sobándolos y después se desliza frenéticamente hasta el triangulo suave y moreno de vello púbico que lo embriaga. Se escuchan los primeros gemidos femeninos que estimulan los oídos de Julián -o al menos para él son gemidos-. Se mete entre los muslos sumisos y no perdiendo el tiempo comienza al lamer la ranura carnosa. De rodillas, él sujeta los blancos muslos de ella y los levanta. Ahora él puede ver el asterisco lóbrego y comienza a probarlo con la punta de la lengua, mojándolo. Le ha producido un cosquilleo inesperado a la joven chica. Cada vez que lo estimula, los muslos de la joven se contraen. Es una zona sensible e inexplorada, sabe Julián. Su miembro, escondido en el pantalón, palpita deseoso de clavarse en la joven carne. Rápido lo libera. Con la puntita, es decir, con el glande, hace círculos sobre el lienzo de piel y punto de unión. Lo pasea por toda la vulva caliente. Juega con toda esa sensible zona. La embiste por fin, no aguantando más su deseo de penetrarla. Se deleita con la fricción y deja escapar algunos alaridos involuntarios. En ese momento escucha una voz en la casa.
    —Maldita sea…—refunfuña.
    Detiene su movimiento mecanizado y comienza a subirse los pantalones.

*7*
    —Julián, ¿estás ahí?
    Un joven baja de las escaleras con aspecto desaliñado.
    —¡Verónica! Justo a la que quería ver. Ah, y  vienes con tu hermana.
Ambas mujeres se quedan mirando entre ellas.
    —¿Cómo se llama?
    —Es Sandra. ¿Por qué me preguntas?  
    —Julián… ¿no has perdido tus recuerdos?
    El joven extrae un cigarrillo de uno de sus bolsillos de los pantalones y se toma su tiempo para encenderlo, antes de decir:
    —Ahora que lo dices… no recuerdo dónde estoy. ¿Cómo sabías eso?
    —Porque toda la gente ha perdido la memoria o al menos parte de ella.
    —Bromeas.
    —¡Es la verdad! —expresa Sandra—. Sólo asómate a la calle. Es un desastre.
    —Nosotras también despertamos sin saber dónde nos encontrábamos, pero puesto que a todos le ha sucedido lo mismo… y que las dos nos encontrábamos dentro de la misma casa, supusimos que somos familia. ¡Y ya lo has concretado! —Ambas mujeres están felices.
 A Julián se le ha caído el cigarro de la boca.
    —Pero… ¿cómo es que nosotros no nos olvidamos?  
    —¡No lo sé! Yo no recuerdo a mi familia, ni mi casa… pero todo lo demás está ahí. Es algo muy extraño.
    —Y…
    Julián está de pronto pálido como una hoja de papel. Se agacha para recoger el cilindrillo aún humeando.
    —¿Y… esta es mi casa? —pregunta él a Verónica.
    —¿Te sientes bien?
    —Sí, sí…
    —Es tu casa.
    —Y… ¿tengo hermanos?
    —Dos. Pero ahora sólo estás con tu hermana porque tus padres se fueron a ver a tus abuelos. ¿Está arriba ella? Debo hablar con ella.
    —N… no, no —la detiene, sujetándola de su brazo—. Está durmiendo. Deja que siga hasta que se levante.
    —Si tú sabes sobre la familia de él —dice Sandra a Verónica—, ¿entonces tú sabes quiénes son nuestros padres? —pregunta a Julián.
    —Ahm… sí, así es —responde Julián.
    —¿Sabes si están en la ciudad? —pregunta Verónica.
    —Que yo recuerde… estaban en tu casa. Ayer, que fuimos a la fiesta de Ricardo; dijiste que querías regresar antes de que tu padre se levantara, que era a las cinco de la mañana.
    —¡Por Dios! —lo interrumpe Sandra con las manos en la boca.
    —¿Qué pasa?
    —Cuando me levanté esta mañana, la puerta estaba entreabierta —les avisa Sandra, totalmente alarmada.
    —Lo que quiere decir…  que ambos salieron—deduce Verónica—. Julián, necesitamos tu ayuda. Debemos buscar a nuestros padres y nosotras no podemos reconocerlos. 
   —Pero… —Julián dirige la vista a las escaleras.
    —Es verdad, tu hermana… Vamos a despertarla y...
    —N, no, no… —vuelve a interponerse en su camino.
    —¿Qué esconces, Julián? —lo cuestiona Verónica.
    Él se ha puesto muy nervioso. Ella lo conoce demasiado bien. La asalta la preocupación, así que sube las escaleras.
    —¡Hijo de puta! —se escucha desde arriba.

*8*

    Lorenzo ha salido de la casa. Arturo trató de impedir que saliera pero él, con tono rebelde le dijo que quizás la niña había inventado todo, cosa que Lorenzo sabía que era muy poco probable. En conclusión, fue un pretexto para poder salir. No iba a sentarse a esperar a que todo se resolviera como suponía su supuesto tutor. Tomó la camioneta de la cochera y salió derecho a la carretera: era la camioneta de Arturo, que ni lo recordaba.
    Le  es imposible conducir con gente que se atraviesa a cada momento. Debe ir despacio y esto le desespera sobremanera. Mientras aguarda a que una anciana cruce la avenida voltea a ver la tienda de ropa que está siendo robada por jovencitas. ¿Dónde está la policía? ¡Ajá!, allí, estacionado frente a la tienda de discos que también está siendo saqueada. Una sirena se escucha a lo lejos. Disparos también. También hay humo saliendo de algún lugar. “Esto es el Apocalipsis”, dice en voz alta. Regresa su atención a la carretera y reanuda su marcha.
Tráfico. “Esto de ir en auto fue mala idea”, piensa para sí mismo. Da media vuelta y se mete por una calle estrecha en sentido contrario. Sale a una avenida paralela a otra y aquí se encuentra con más gente desorientada que bloquea el camino. Ya se ha dado cuenta de que los que deambulan con bata de dormir y andan descalzos son los que peor se encuentran mentalmente. Los que están vestidos y caminan por la banqueta son los que han perdido pocos recuerdos. De pronto reconoce una cara entre toda esa gente. “Oh, diablos; es mala señal que camine éste  con sólo bermudas”.
    —¡Paco! —Baja de la camioneta y se cruza en el camino del sonámbulo.
    Este mira desorientado. Tiene la boca abierta y escurre saliva por la comisura de sus labios.
    —¿No me recuerdas, Paco? Soy Lorenzo.
    No recibe ninguna señal de reconocimiento. No recuerda ni quién es él y piensa que está de la chingada.
     Lorenzo queda deprimido y se aparta del camino de Paco. Éste sigue su trayecto, muy fascinado en el redescubrimiento del mundo que transita. Va dejando una huella húmeda en su vacilante andar. Lorenzo se jala los cabellos tras ver tan deplorable escena.
    Regresa a la camioneta y se da de golpes con el volante. Ya preparado para irse, de pronto es distraído. Al otro lado de la banqueta ve a una joven en bata de dormir. Se escandaliza de ver sangre en su bata. Lorenzo enciende el motor y, tras dar un giro en sentido contrario da alcance a la desorientada joven. Tiene la misma mirada extraviada que su amigo Paco. De sus piernas desnudas escurre un hilo de sangre aún caliente.
    —¿Estás bien?
    Lorenzo sabe que no recibirá respuesta, ¿pero qué más puede hacer? La mayoría de la gente que pasa al lado de ella está en su mismo estado, o simplemente decide ignorarla porque piensan que tienen mayores  problemas.  La joven no responde pero de pronto se detiene. Gira sobre sus talones y ahora regresa. Lorenzo se queda pensando un momento y termina por meter reversa y seguirla de nuevo. Está preocupado por ella. Mientras piensa, la sigue por varios minutos hasta que, se vuelve a detener ella pero esta vez,  se mete en un callejón. Se queda estática. De pronto él puede ver que hay alguien más allí. Está en el suelo y Lorenzo sale disparado de la camioneta porque piensa que alguien necesita ayuda. Quizá la sangre que tiene no es de ella sino de esa persona que se encuentra en el suelo. Luego de acercarse halla con el espectáculo más monstruoso que haya visto antes en su vida.  Es un tipo con los pantalones abajo, enseñando las nalgas; el tipo está arremetiendo contra una mujer. Lorenzo descubre que es apenas una jovencita. Está presenciando una violación.

*9*

    —¡Pero yo no sabía! —dice Julián ante los gritos exasperados de Verónica en la habitación donde se cometió el indecente crimen. Sandra los puede escuchar desde la sala de abajo.
    —¡¿Es que eres un maldito pito caliente que en cuanto ve una oportunidad se le echa encima a alguien que no puede defenderse?!
Julián se queda mudo en el rincón y se talla la frente que está toda sudorosa.
    —¡Es tu hermana!
    —¡Ya sé que es mi hermana, pero lo sé por ti! Además… como no me decía nada…
    —¡Es porque ha perdido completamente la memoria!
    —¡¿Y cómo iba a saberlo?!
El altercado se vuelve redundante y parece no tendrá un buen fin.


*10*
   
    Lorenzo ha gritado al hombre que se detenga. Ha utilizado su insulto favorito: “Pedazo de mierda”. El hombre se ha levantado como si le hubiera picado una avispa. Está rabioso. Es un tipo de casi dos metros de altura -claro, así lo ve él porque Lorenzo no llega ni al metro con setenta centímetros-. Sabe que tiene las de perder y huye. El tipo se sube los pantalones de un tirón y ahora lo persigue. Lorenzo llega a la camioneta. Pone el seguro pero no le da tiempo de subir el vidrio de la ventanilla. Apenas enciende el motor cuando una poderosa mano lo inutiliza. Forcejean. ¡Qué fuerza tiene el tipo!, que lo ha sacado por la ventana y ahora lo ha arrojado al suelo como un costal de basura. Recibe una reverenda golpiza en las costillas, cabeza y estómago. Se cubre la nuca y se hace una rosca. No siente los golpes pero sabe que está siendo masacrado. Quizás muera.
    Por fin se ha ido el tipo. Al menos no le mató. Por si fuera poco se ha llevado su camioneta. Se ha llevado a ambas jóvenes. Lorenzo se levanta y cojeando, busca llegar a su casa. Arturo tenía razón: mejor se hubiera quedado.

*11*

    Alicia  sale de su cuarto envuelta en unos pantalones jeans, una chamarra ajustada y lleva puestos  sus tenis favoritos. No tiene imaginación para peinarse ni mucho menos ganas, así que sólo clava los dedos y se mete una diadema de color rojo dejando un fleco colgando en la frente. Regresa a la sala y halla a Arturo sentado en el sofá grande, muy pensativo, muy preocupado. El televisor está prendido pero sólo se observa ruido estático. Él cambia de un canal a otro pero en todos se ve lo mismo.
    —Nada de nada —dice Arturo—. Ya moví la antena para todos lados y nada.
    Se levanta.
    —¿Ya estás lista?
    Planean ir al supermercado. Necesitan comida imperecedera. Algunos medicamentos y herramientas porque dice Arturo que “la cosa se pondrá difícil”.
    —Tu hermano se llevó la camioneta pero hay otro auto que funciona en la cochera.
    —Sí, es de mi madre — expresa Alicia. 
    —¿La camioneta también?
    —No, esa era tuya.
    Él tarda en darse cuenta de lo que acaba ella de decir. Luego Arturo encrespa las cejas y maldice al desgraciado muchacho.
    —Ya me las pagará. Vamos, acompáñame Alicia.  Creo saber conducir.
    —Si no, yo puedo conducir —dice Alicia.
    —¿Tú?
    —Mamá me enseñó…
    Y la enseñó porque había planeado que si, Lorenzo no se encontraba para llevarla de emergencias el día que enfermera, al menos la llevaría su hija. Y es que Lorenzo era un vago de mierda. “Tienes que saber conducir -le había dicho-, porque sabiendo conducir, vas adonde quieras“. Mas el día que enfermó su madre esto no pudo hacerlo; prefirió llamar a una ambulancia y eso fue lo adecuado, le dijeron los paramédicos para más tarde.
    —Probaremos —dijo Arturo—, pero si veo que no puedes hacerlo, yo lo haré.
    Arturo no tiene confianza en sí mismo, nota la jovencita. De cualquier forma le gusta este “tío”, al anterior. Por primera vez estaba disfrutando de su compañía.  Se suben en el cochecito y  salen de la cochera con gran maestría de parte del conductor. Ella está al volante.

*12*
   
    Después de recorrer en auto  por casi dos horas, en un perímetro trazado, regresan de nuevo a la casa de Julián. Sandra se quedó para acompañar a la hermana de éste. En el camino Verónica ha tratado inútilmente de apartar la imagen que se formó en su mente: Julián encima de su propia hermana… que le resulta simplemente repugnante. Él se ha mantenido en silencio la mayor parte del tiempo, lamentándose.
    Verónica salió a buscar a sus padres, preocupada de que éstos estén deambulando con la memoria perdida y exponiéndose a los peligros desatados por toda la ciudad en desorden. Julián aceptó acompañarla, siendo él, el único capaz de recordar a los padres de Verónica. De repente un helicóptero cruza perezosamente el nublado cielo. Es el tercero en media hora. La gente de la calle cada vez está más desquiciada.
    Julián sabe que Verónica jamás lo va  a perdonar, que su relación ha terminado. Pero este es un pequeño problema comparado con lo que se le armará si su hermana llega a recuperar la memoria. Está seguro que se lo dirá a sus padres. Sabe que eso será su fin. Está seguro que su propio padre lo meterá a la cárcel.
    —La ciudad es muy grande —dice él.
    —Eso ya lo sé —responde ella, malhumorada.
    —Si quieres podríamos dar otra vuelta en la tarde.
Ella ya no desea hablar. El auto sigue en su marcha. Dan una vuelta a una esquina y se encuentran con que un montón de gente viene rápidamente hacia ellos. Algunos caen. Uno tras otro. Sangran por la boca. Hay gritos. Julián no escucha que Verónica le ha ordenado retroceder. Un impacto rebota en la defensa del auto. Les están disparando.

*13*

    Alicia regresa al auto con sus manos ocupadas. Arturo le dijo que productos de primera necesidad y eso ha hecho, pero él con la mirada ya se lo está reprochando. Lo bueno es que todo ha sido gratis: todos están robando de la tienda.
    —Te tardaste demasiado —se queja Arturo—. ¡Y yo traje más! —Él echa una mirada a los objetos que ha traído la chica —. ¿Qué es esto?
    Alicia se sonroja y le arrebata el estuche.
    —Cosas de mujeres —dice con una vocecita.
Arturo la ve de de nuevo como para estudiarla mejor. Es una niña, y quizás malcriada.
    —Bueno, entonces ya vámonos.
    Ella es la única que conserva los recuerdos de todos. Incluso sabe cosas que se supone no debería de saber todavía. Antes de que su madre fuera internada de emergencia, que por cierto, tenía pensado visitarla en el hospital lo más pronto posible, Alicia había escuchado la conversación telefónica que sostuvo su madre con su aparente amante que desde hacía semanas, Alicia, ya se lo sospechaba. Ella dijo: “te presentaré como su tío, por ahora; sólo dame un poco más de tiempo”. Curioso que un tío apareciera de la nada, cuando ella cayó en cama. Todo indicaba que Arturo era el amante de su querida madre, y que ahora sí pensaba que era de la familia.
    —¿Qué fue eso?
    Se escucharon disparos.
    —Mejor regresemos a casa —aconsejó Arturo.


*14*

    Se ha metido en una casa buscando refugio. Saltó una verja y luego, tras ver una ventana abierta en el segundo piso, se las arregló para llegar hasta el alfeizar. “Ahora sí que se ha desatado el infierno”, dice para él mismo. Unos tipos con armas están tirando a matar. Afortunadamente ha encontrado refugio. Escucha pasos atrás suyo y, puesto que la puerta está abierta, ha visto pasar la silueta de alguna persona. Las sábanas de la cama dentro del cuarto están revueltas, lo que quiere decir que alguien durmió ahí; y fue el mismo que abrió la ventana, lo cual agradece.
    —¡Ahora me voy; por favor no se asusten!
    Escucha un ruido estrepitoso. Luego escucha un estertóreo quejido. Le sobrepasa la curiosidad y, tras encontrar unas escalares, halla en la planta de abajo a un anciano que yace boca abajo, como una tortuga que trata de levantarse. Deduce que ha caído por las escaleras. Baja rápidamente los escalones para auxiliarlo. Trata de levantarlo y al hacerlo, se da cuenta que el anciano no puede sostenerse por él mismo. Lo sienta en el escalón.  Luego, al girar el cuerpo se encuentra con una mujer de unos treinta y tantos años, o cuarenta, y que es realmente sensual; lleva un traje sastre de color rojo  y zapatillas del mismo color.
    —Ah… se cayó, lo juro… Yo sólo…
     Los ojos de la mujer están ausentes, lo que quiere decir que ha perdido también la memoria. Es inútil dar explicaciones. La mujer tiene el cabello revuelto; quizás durmió con ropa antes de despertar y olvidarlo todo y por eso se deba a que esté vestida de esa manera.
Hay otro anciano parado al pie de una puerta y  también no tiene memoria. Lorenzo, que está cansado, se echa sobre un confortable sillón.
    —¡¿Hay alguien más en la casa?!
    No recibe ninguna respuesta. El viejo que se cayó de las escaleras trata de restablecerse, pero no puede; parece que tiene algunos huesos rotos. Es como esos cervatillos que acaban de nacer y no pueden quedarse de pie. “Debe sentir mucho dolor”, piensa Lorenzo. Regresa  su mirada a la mujer, que ahora se ha distraído con un objeto. Son como niños de dos años, explorando la casa.
    —Sí que es usted guapa, señora.
    La anciana que se ha acercado hasta él; está toda mojada; se ha orinado en su pijama. Eso ahuyenta a Lorenzo de su lugar de descanso. “Sí, eso es lo peor de perder la memoria”. Se queda mirando a la mujer y pensando.
    Sigue pensando, y decide. Se levanta para arrastrarla hasta la cocina; ahí la obliga a voltearse; ella le obedece sumisa como si fuera un maniquí. La empuja hacia adelante y la hace que se apoye con los dedos sobre la superficie de la mesa. Lorenzo le sube la falda y se deleita con el panorama. Lorenzo, enloquecido, se baja el pantalón y piensa: “Después de la paliza que me dieron… bien me merezco esto”.  Apunta su miembro que palpita inquieto, y lo acerca a las redondas nalgas de la señora; hace un lado la tira delgada; embiste, embiste despacio. “Aaahh”, respinga Lorenzo. Está dentro de ella y quiere quedarse ahí por el resto de su vida—. Siempre quise hacerle esto a una mujer como de tu clase —murmura entre dientes.
    Escucha pasos atrás y encuentra a los viejos que,  de mirones no pasa.
    La mujer es embestida una y otra vez. Plap, Plap, Plap…
    —¡Mamí! —escucha una vocecita y esto lo obliga a apartarse de ella.
    —¡Diablos!—se sube los pantalones. El niño o niña ha corrido a esconderse.


*15*
    Ha recibido un impacto en el hombro, o a lo mejor fueron dos  y Julián ya no puede conducir. Las balas llegan de frente y su parabrisas ya tiene ocho perforaciones en el lado del conductor y dos en el asiento del copiloto. Tanto ella como él, deciden salir del auto y correr para encontrar refugio sobre la calle. Hay cuerpos tendidos: siete tan sólo en una circunferencia de cien metros de diámetro. Ha de haber unos doscientos cadáveres regados en toda la calle.
    Abren las puertas laterales al mismo tiempo y corren hacia la parte de atrás, a modo que el auto les sirva de escudo. Las balas pasan zumbando por el aire. Otras siguen chocando contra el duro metal.
    —A la cuenta de tres corremos hacia allá —señala Julián, sosteniéndose la herida que se ha extendido de rojo en toda su ropa—. Una… dos… ¡tres!
    Corren.
    Y siguen corriendo sin detenerse, siguiendo a la multitud. Algunos que van adelante, caen. Zum, pasó un proyectil, rozando la cabeza de Verónica.
    —¡Aquí! —Es la voz de Julián, que señala la dirección de un protector callejón.
Julián está agotado y  se le doblan las piernas. Está perdiendo demasiada sangre.
    —¡Por aquí!
    La voz les produce un horrible escalofrío a ambos. Son dos sujetos que, envueltos en capuchas y anteojos, caminan apuntando con sus armas.
    —Déjame aquí —le dice Julián —. ¡Vete tú!
    Si no es por dos contenedores de basura que hay en el callejón y que obstaculiza la visión a los militares ya les hubieran matado.
    —¡No! —grita Verónica, derramando sus lágrimas.
    —¡Te dije que te fueras!
    Pero ella no piensa moverse, se queda junto a él, junto al amor de su vida.

*16*
   
    Varios hombres los obligan a detenerse. Hay cuerpos tendidos en toda la avenida. Ambos están realmente aterrados. Arturo le dice que no se preocupe, que todo va a estar bien. Ella no le cree, pero sus palabras tienen un efecto aliviador.  Un sujeto les ordena bajar del auto.  Obedecen. Arturo con las manos arriba ahora lo obligan a arrodillarse. Se están divirtiendo con él.
    —Esto… esto es un error.
    Y así, sin vacilación, le disparan. Este cae y comienza a formarse un charco de sangre a su alrededor.
    —¿Error dices? No hay error, estúpido —dice el sinvergüenza que lo asesinó, que ahora se acerca a la joven.
    Está temblando y ha ahogado un pavoroso grito de horror.
    —¿Cómo te llamas?
    No responde, no porque quiera, sino porque no puede.
    —¡Te pregunté tu nombre!
    —A… Alicia —dijo, con gran esfuerzo.
   —Alicia, ¿he? —Ahora la rodea, chasqueando la boca—. ¿Cuántos años tienes?
    —T… te… trece.
    —Trece ¿he?
    —Qué problema… dice alguien.
    —Sí, sí que es un problema… —repite cerca de ella, tan cerca que puede oler su apestoso aliento.
    —Nos gusta mucho matar niños.
Alicia no da crédito a lo que escucha.
    —Pero te diré algo. Te dejaré ir si nos relajas un poco. Estamos algo estresados, ¿sabes? Será sólo un rato, te lo aseguro; lo que pasa es que todos somos eyaculadores precoces.
Se escuchan risas.
    El tipo la recarga contra la cajuela del auto y ella, destrozada en su psique, no ofrece resistencia. El tipo comienza a tararear una canción, al mismo tiempo que va liberando de su pantalón su aparatoso bulto.

*17*

    Luego de salir de la casa, distingue a dos sujetos que están a una distancia de unos cien metros, lo que le brinda la oportunidad de doblar la esquina próxima y escapar. Ya le vieron, y comienzan a  disparar.
Ha tomado la ruta más larga para llegar a su casa pero necesaria por ser más segura. Entra a la casa (por fin) y se lamenta haber salido de ahí  y, cuando se disponía por fin a descansar, encuentra a su hermana con los ojos llorosos. 
    Ambos se quedan mirando y, con un hilo de voz, ella le dice que mataron a su tío Arturo.
Alicia no sabe cuánto tiempo ha estado en los brazos de su hermano Lorenzo, llorando; le ha contado cómo los detuvieron en el camino, y cómo le dispararon a Arturo, a sangre fría. Lorenzo también ha contado lo que vio estando afuera. “Lo bueno es que estás aquí, con vida”, le dice, pero ella calla, y más y más lágrimas salen de sus ojos.

*18*
   
    Afuera, en la colonia, hay cada vez más gente deambulando como perritos sin dueño. Alicia despertó no sabiendo dónde se encuentra ni quién es ese chico que la está acompañando.
    Dijeron que una tormenta solar no iba causar mayor estrago que un buen protector solar no pudiera bloquear; pero con lo que no se contó, es que esta tormenta solar llegó acompañada de una oleada de rayos cósmicos, provenientes desde La Gran Explosión, totalmente indetectables a los sensores digitales. Dentro de estos rayos cósmicos, había partículas hasta entonces desconocidas. Las dendritas de las neuronas, lamentablemente, fueron el único instrumento orgánico que detectó su presencia.