"Para escribir se debe echar todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad y hasta la felicidad". Faulkner

viernes, 19 de octubre de 2012

Relato de una mujer cachonda


Comprobé que era una persona sexualmente deseable cuando, vistiendo leggis, faldas cortas o jeans ajustados, ponía nerviosos hasta a los hombres de mi propia familia. Comencé a vestirme provocativa desde muy chica y llegué a pensar que podía tener a cualquier hombre que yo deseara. Me gusta salir a la calle y mostrar mis piernas. Me gustan mucho mis piernas, especialmente cuando uso tacones y hago bastante ruido al caminar, como si me anunciaran. En la escuela, en los salones de clase, los maestros tenían que cerrar la puerta cuando escuchaban mis tacones aproximarse a su salón, me causaba gracia; sigue siendo lindo que me consideren una distracción, hay gente que suele pasar desapercibida y pienso que eso es lo más horrible del mundo. Suelo interrumpir conversaciones, quehaceres, obligaciones, lo que sea; me encanta que volteen a verme: hombres, mujeres, de cualquier edad. Me gusta seducir a la gente, mamá dice que lo hago desde que era una niña pero ahora soy muy consciente de mi coquetería y sé que me aprovecho de eso. Si les contara que hasta ilusioné a algunos maestros de mi escuela y hasta al director del plantel, y si no me creen, pregunten por qué tengo ocho de calificación final en mi certificado, cuando por lo menos, merecía un tres. Yo no aprendí nada de la escuela, nunca me interesó. Darme cuenta que era una mujer atractiva fue algo que me llegó y consideré como un regalo que Dios me debía, ya que hasta la secundaria, nadie me pelaba por la razón justificada de tener un cuerpo de tabla. No saben las veces que lloré en el baño. Llegué a sentir vergüenza de que todas mis amigas tuvieran su faje con su novio y yo nada, que no tuviera a nadie; mas sucedió en mí algo como una metamorfosis, sucedió que el gusano se transformó en linda mariposa y para pronto, quería volar desde ya.
    A excepción de mis dos mejores amigas, todos pensaban que ya había perdido la virginidad con uno de los tantos chicos que me mosqueaban, que anduve arrastrando. Por mi parte, habría perdido la virginidad desde hace mucho, porque ganas no me faltaban;  lo que sucede es que tenía un miedo pavoroso a quedar embarazada; ningún método anticonceptivo para mí era de mi fiel confianza (ya saben, lo que es ser ingenua). No quería que me sucediera como lo que le ocurrió a mis dos hermanas mayores: que las dos eran madres solteras y con un montón de chamacos arruinándoles la existencia (pobres estúpidas). Mamá fue muy clara en advertirme que si con ese ejemplo no aprendía yo nada, mejor que me «largara de casa». Estaba amenazada al igual que papá, que por cierto, la tía nos contó que en el pasado, el muy desgraciado nos abandonó para irse a vivir con una zorra. Seis meses después llegó papá de rodillas a la puerta del zaguán y pidiendo perdón a mamá. Total que regresó nuestro papá (de todo esto yo ni cuenta me di). No es que haya recordado de pronto que tenía familia, sino que la diabetes le empeoró la salud, y para colmo, la zorra no le dejó ni un centavo para gastar (le salió cabrona, como debe de ser). A Papá lo recuerdo siempre sentado en su viejo sofá, con sus lentes colgando de su nariz y leyendo el periódico del día que le traía mi hermano por conmiseración. Lo recuerdo como un hombre sumiso e inútil.
    Como decía, tenía yo un miedo brutal a quedar embarazada, pero al mismo tiempo, sentía unas ganas tremendas de tener sexo con alguien. Me acariciaba y me gustaba; y precisamente porque me gustaba, pensaba yo que el placer se incrementaría bastante si eran otras manos las que tocaran y acariciaran mi piel. Justo a la hora de dormir, parecía yo gata en celo al momento de cerrar la puerta de mi habitación. Después de ver algunas películas porno en la computadora, desnuda me iba a la cama. Abría y levantaba las piernas; posaba mis dos dedos sobre el pubis, los labios, toda esa zona. Me gustaba y no me cansaba de oírme. Tenía unas ganas depravadas por levantar una verga, es decir: que esa verga se despertara y se inquietara por considerar mi cuerpo toda una delicia, toda una exquisitez del más estricto chef; ah, pero no quería cualquier verga, quería una verdadera verga como las que veía en esas películas tres equis (a falta de conocer una real). Había visto el pequeño pene de un niño (de mis sobrinos jaja), y me preguntaba yo: “¿Esa porquería de pene llega a convertirse en una verga?: pues préstenme una para cultivarla ¿no?, jaja”.
    Deseaba anhelosamente una verga para mí solita; quería acariciarla, olerla, palparla con la punta de mi lengua; saborearla y chuparla como si fuera mi biberón. Verla crecer. Mi primer sustituto fue una zanahoria que robé de la cocina, jaja. Entró fácil pero no me calentó nada. Como estaba decidida a que un día me iba a entrar «verdadera verga», probé con un plátano, y después con un enorme pepino que entró completito. Me dolió un poquito porque no lo lubriqué adecuadamente. Después me compre uno de esos vibradores (y que todavía conservo, ustedes saben). La cosa fue distinta con este maravilloso juguete, porque con ese sí disfrutaba de lo lindo. El canijo juguetito se movía hacia adentro, daba vueltas, y uno podía controlar la velocidad de su movimiento. Ajúuua. ¡Se convirtió en mi juguete favorito!
    El coraje que tuve fue el de enterarme que una compañera de la escuela, una ñoña, tuvo sexo con uno de mis ex novios. Por mí que se quedara con él (que por cierto, resultó ser una buen chico porque reconoció al niño y se juntó con ella), pero lo que me molestó realmente fue que esa ñoña, ya la había probado, había sentido la verga de un hombre mientras que yo seguía con mi pinche aparatito para desesperadas. Quería ver una, quería tenerla frente a mí, tanto, que un par de veces mi primo me sorprendió viéndole la bragueta, imaginándome abriéndosela y extrayendo el bello aparato con mis temblorosos y excitados dedos; sí, admito que quería verla, y admito que quería comérmela si me hubiera dejado. Qué feliz habría sido si me hubiera dicho aunque sea con los ojos: “¿La quieres? ¡Es tuya!”; y aunque sabía que no iba a ser tan magnífica como la de un actor porno, sí iba a calentarme y bastarme. Veía tanto esas películas que hasta me había rasurado todo el vello del pubis, a fin de que mi vulva luciera igual a la de esas putas viejas. Por ingenuidad pensaba que así era como debía lucir una vulva de mujer. Hasta la fecha, me gusta mi vulva cubierta de pelos. No miento en decir que se asemeja a una bonita flor, con sus pétalos sedosos y rosados, saludando al que la disfrute observar. Ya no me rasuro desde que dejé de ver esas estúpidas películas  para machistas.
    Aquel día me desperté como a eso de las tres de la madrugada, bien cachonda, como nunca antes en mi vida había ocurrido. Me había ido a acostar temprano porque según me sentía yo mal (un pretexto, porque la verdad es que me había enojado con mi novio por una tontería que no recuerdo). A la casa había llegado toda la familia y un montón de gorrones, digo, conocidos nuestros para festejar el 16 de Septiembre. Había música y mucha comida. Estaban también nuestros vecinos y compadres de nuestros papás. Estaban también los nuevos pretendientes de mis dos hermanas: en conclusión, un desmadre. Se quedaron a beber, a cantar y a bailar hasta muy de madrugada. Escuchaba sus sonoras  risas de todas estas personas desde mi cuarto. Tal vez era su energía, su vibra, lo he pensado, el caso es que yo ardía, ardía en deseos de tener sexo. Aparté el cobertor porque sentía una clase de calor que no podía aliviarse con echarse un poquito de aire con un ventilador; aparté también la sábana y, quedando completamente desnuda, comencé a acariciarme vigorosamente. Comencé con los senos, largo rato, hasta que terminé frotándome la entrepierna. Tuve un primer orgasmo y no me pude detener; quería más, más, ¡más, por el amor de Dios! Me coloqué boca abajo y apoyada con mis rodillas, levanté mi culo, alto, muy alto (a veces hacía esto para calentarme más rápido, para imaginarme que tenía un hombre detrás de mí). Ojala llegara alguien y me la metiera, pensaba yo. Ojalá, ojalá…. Sentía que ardía por dentro  y más de una vez pensé en bajar a donde estaba la fiesta, bajar para buscar lo que imperiosamente pedía mi cuerpo; es decir: que quería yo una verga para meterla con urgencia a mi culo. Y mientras hundía mis dedos por los dos agujeros, pensé en mi querido vibrador que estaba a metro y medio de distancia de la cama, adentro del ropero y envuelto en una blusa que ya no usaba. Pensé en buscarlo, traerlo y usarlo, pero no lo hice, no lo hice porque me encontraba ya demasiado caliente para romper el delicioso ritmo. Mis dedos me deleitaban pero no bastaba, ¡no bastaba! 

    Repentinamente la puerta se abrió. Debió alguien escuchar mi ruego, mi suplica en voz alta. Ya lo he dicho, todos esos hombres me deseaban. Las luces se prendieron. ¡Apágala, apágala y cierra la puerta!, le dije sin voltearlo a ver,  sin romper mi maravillosa postura. Entrando se encontró con lo mejor que podía regalarle el mundo: mi deseoso culo. Mis dedos  seguían moviéndose desde la parte de abajo. Sabía que era un hombre (lo sabía porque lo había llamado, jaja). Escuché su jadeo. Métemela, le rogué, métemela por favor.  Me pareció que de eso pedía su limosna porque al instante sentí sus manos posándose sobre mis caderas. No me importaba quién fuera, yo sólo quería que me la metiera; quería solamente su verga, ¡su verga! Palpó mis nalgas hasta separarlas. Fue palpando hasta colocarla adonde apuntaban mis dedos. Yo misma la dirigí. Sentí la puntita caliente: húmeda y palpitante, ¡ah, ricura! Se fue hundiendo, deslizándose deliciosamente hasta que encontró su primer obstáculo: las paredes que la atraparon. Empujó suavemente, hundiéndose más profundo. Liberé un delicioso ruido. Volvió a empujar  y sentí que llegó la muy cabrona hasta la matriz. Gemí de frenesí. Dios mío, ¡sí que era larga! Me empaló totalmente, allí fue cuando me volví loca. Ah… ah…ah comenzaron las dolorosas pero deliciosas embestidas que tanto tiempo anhelé. ¡No te detengas, por favor no te detengas!, le pedía, al mismo tiempo que estrellaba su pelvis contra mis nalgas. Mi vagina chasqueaba y era música para mis oídos.
    Terminó pronto (o se me hizo poco el tiempo) pero no me importó porque ya había tenido esa noche tres prolongados orgasmos casi consecutivos. Estaba feliz. Apagó la luz y cerró despacito la puerta al tiempo que yo seguía sintiendo los placenteros espasmos en mi entrepierna. Estaba cansada y muy satisfecha por la cogida que el desconocido me había dado. Amanecí desnuda, e incluso meada, en el mismo lugar que me dejó cuando él se desprendió de mi cuerpo. No sé quién me cogió, pero se lo agradezco  porque desde ese día, el fuego que sentía yo por dentro, se apagó, regresando a su estado de apacible normalidad.
    Si me preguntan que por qué no estoy preocupada si pudo haber sido uno de mi familia, sí, puede ser, pero qué más da si yo fui quien se lo pedí. Pudo haber sido mi padre, pudo haber sido mi hermano, pudo haber sido alguno de mis tíos o mis primos; pero también pudo haber sido un suertudo vecino o un padrino. Ninguno de todos estos hombres me dio indicios de sospecha, ni ninguno de mi familia se acercó para guiñarme un ojo siquiera. Para mí es algo que quedó en el olvido, y si escribo esto es para ya jamás volver a tocar el tema. Pero antes de despedirme del lector, diré algo más que quizá llegue a tranquilizarlo (o a intranquilizarlo todavía más, jeje). Sucede que en el cuarto de cachivaches inútiles, mientras buscaba un no-recuerdo-qué-cosa, me encontré con un cinturón, y adherido a éste, un tremendo vivorón, tan  detallado y perfecto, que pudo haberlo usado aquel día una de las mujeres; posiblemente una de mis hermanas e incluso, porque no: mi propia madre. Aquella verga de silicona se calentaba en su superficie, era de pila recargable y se movía como un gusano inquieto. Mejor terminamos con esto, antes que se me siga quemando el cerebro, sobre quién pudo haber sido. Tal vez en otro capítulo la haga de Sherlock, ¿no? 

martes, 9 de octubre de 2012

Alfa

  
 Tras regresar las lluvias nuevamente el bosque se convierte en un extenso puente de salvación para los innumerables rebaños que lo cruzan, a fin de evitar las zonas inundadas y fangosas, plagadas de cocodrilos y animales carroñeros. La monumental manada compuesta en su mayoría de ñús, movida esencialmente por el hambre, ahora se dirige a un ritmo acelerado hacia las bastas praderas donde habrá mucho césped que devorar. Aplastan y rompen la hierba crecida como pequeños tanquecitos. Se hacen amos de los senderos y al parecer, no habrá nada que pueda cambiar su trayecto.
    En una colina, una figura esbelta y salvaje está observando este mismo espectáculo aunque no con la misma complacencia  de un pájaro curioso o un mono.
   Lía es una habitante y uno de los dueños de este bosque desde algunos años. Lía fue exiliada por no acatar las reglas estrictas de la tribu que la vio nacer. El bosque se ha convertido en su único hogar. Llegó con su hermana Dyla y dos machos viejos, los machos movidos más por el deseo terco de tener una nueva oportunidad, de funcionar como machos de valía porque en la respectiva tribu donde se encontraban, habían sido ya sustituidos por machos mucho más jóvenes y viriles que éstos, aún así, fueron capaces de entregar cuatro hijos a las mujeres.
    El grito de Dyla la ha puesto en alerta, y la tierra ha comenzado a temblar por la repentina y masiva estampida de cuadrúpedos a la vista. Lía ha levantado su lanza de no más de un metro de longitud: un arma rudimentaria pero efectiva. Son cientos de bestias que corren desbocadas, pero ella busca una en particular, el ñú elegido por su hermana. Una banderilla enterrada y un movimiento peculiar delatará al cuadrúpedo porque los arpones están cubiertos con la saliva ponzoñosa del lagarto de cola roja: un desagradable habitante de los pantanos.
    Ha logrado divisar la banderilla llamativa enterrada antes al animal por su talentosa hermana. Reconocida la presa, tensa los músculos; toma vuelo y arroja la lanza con todas sus fuerzas. Atina. Con la doble dosis de veneno, el ñú  termina por desorientarse todavía más, para luego quedar rezagado con el resto de sus compañeros, hasta quedar inmóvil. En el suelo es arrollado y pisado por la manada.
    Pronto amarra a la criatura. Dyla llega poco después. Su presa queda bien sujeta. Ambas tiran con fuerza para llevarse al pesado animal. El ñú es de un peso aproximado de unos cien kilos. Todavía no está muerto, y no lo matarán porque el viaje será largo y no quieren que se descomponga su valiosa carne. La criatura va mugiendo mientras es arrastrada por el camino.
    Diez minutos después han sido interceptadas por un salvaje macho llamado Kión.
    Hay alegría por parte de ellas.
    El macho joven ha echado la pesada criatura sobre su espalda. ¡Cien kilos!, nada más. Estos salvajes son grandes y muy fuertes. Ellas aceptan la ayuda de muy buen agrado; lo siguen muy de cerca mientras él marcha en sórdido silencio como le gusta.
    Dyla le ha preguntado  por su estado de salud, luego de observar que el joven macho se resintió de un dolor en el costado izquierdo, en el instante en que dio un paso en falso. Ambos bromean, y Lía desde atrás y a la distancia se da cuenta de que entre Dyla y Kión existe una relación sospechosa.
    La cabellera de Kión llega a sus hombros: es dorada y ondulante. Está desnudo, o casi, porque un vello espeso, oscuro y minúsculo recubre brazos, hombros, pecho, abdomen y muslos. Estos machos se muestran siempre orgullosos de su viril cuerpo. De pequeños tienen la piel como de  ratones recién nacidos, con vellos invisibles como el de las hembras adultas quienes gustan de mostrar sus redondos senos, también orgullosas pero de su proporción que les otorga un encumbrado estatus.
    Cuando llegan al campamento, los tres se encuentran con el inesperado regreso infructuoso de los dos machos alfa del grupo, quienes habiéndose cansado de su cacería, estaban a la espera de sus hembras. Los dos son unos gigantes, y ni hablar de sus robustos cuerpos, que aunque desgastados por la edad, tienen una masa muscular de consideración.
    De inmediato uno, luego de distinguir al joven en compañía de las dos hembras, se acerca y encara al muchacho; lo derriba de un empujón y éste cae junto con su pesada carga. Kión está muy débil por el camino recorrido. Zeej lo invita a levantarse, lo desafía y se desespera de no hallar la respuesta que él desea obtener de su patético hijo. Lía, madre de este joven, interviene. Kión aprovecha esto para retirarse. Dyla y Lía se quedan discutiendo acerca de la celotipia justificada de Zeej.
    El otro macho de nombre Ayón, los escucha, sólo los escucha sin la intención de intervenir. Este macho tiene un temperamento apacible. Comprende la repentina actitud de su compañero, quien durante mucho tiempo fungió como macho dominante. En los clanes es muy común que un macho alfa maltrate física y psicológicamente a los integrantes de su grupo, en especial a los jóvenes machos. Incluso hasta tiene permitido matar al que le resulte como prescindible o que le falte el respeto.

***

    En un claro dentro del bosque se encuentra Devki, la hija de Dyla. Devki es una hembra adolescente. Su piel es de un tono acanelado. Su cabello es de color blanco con mechones azulados, muy distinto al color dorado  de los machos. Las hembras de muy jóvenes tienen toda la cabeza blanca y conforme crecen, van saliendo de forma azarosa los mechones graciosos de color azul.
    De repente Devki gira la cabeza hacia un lado para ver pasar a Kión, quien camina iracundo en un escape obligado hacia la soledad que prefiere. Las gemelas están jugando a hacer pasteles de lodo. Están siendo cuidadas por su paciente prima. ¡Kión!, grita al verlo una de las pequeñas, pero su hermano no la ha escuchado o no ha querido detenerse. 
    De pequeños Devki y Kión siempre pelearon con uñas y mordiscos. Pero en una ocasión Kión enfermó, tan severamente que la enfermedad casi le arrastra hasta la muerte. Kión no lo supo pero Devki lloró de manera inconsolable y conmovedora durante todos esos días hasta que recuperó la salud el joven.
    Distraído me encuentro en estos recuerdos cuando, un objeto me golpea, y precipitado caigo al suelo, víctima de la gravedad. “¡Le di, le di!”, dice una de las niñas, y es cuando me doy cuenta que he cometido un error fatal, al dejarme notar por la especie estudiada.
    Devki y las niñas me miran con curiosidad y fascinación. Me están confundiendo por un pájaro debido a que tengo dos extremidades posteriores, además de un par de alas con forma de plato. Intento mover mis metálicas alas cosa que me resulta imposible porque me tienen bien sujeto.      
    Las tres me llevaron con sus madres, y tanto Lía como Dyla igual me escudriñan de pies a cabeza. Extendieron una de mis alas, tanto, que  liberé un chillido para satisfacerlas. Había imaginado que me encerrarían hasta que las baterías  se agotaran, cosa que no sucedió. Le fue muy difícil a las niñas separarse de mí, luego de que Lía les aconsejara entregar libertad al que se lo merecía.  

***

Los días de invierno son los más difíciles sin embargo los cuerpos de los machos están tan bien adaptados a la hambruna que no necesitan comer, sorprendentemente hasta por más de dos meses; principalmente porque dentro de todo ese volumen muscular conservan grandes cantidades de proteínas, entregadas por la luz de su divina estrella.
    Sucede cuando la estrella Hunt hace su aparición en el cielo nocturno, y, es durante todo este tiempo, desde que sale hasta que se oculta el astro, cuando las hembras pueden embarazarse.
    El vello espeso y de color oscuro que sale de la ancha espalda de los machos, captura toda la energía luminosa de la estrella de Hunt para transformarla en una sustancia química y viscosa que ellos necesitan para la copulación y la resistencia inmunológica de su raza. Los cuerpos de los machos comienzan a brillar en la oscuridad, debiéndose al oxigeno que entra por ciertos orificios dentro de los vellos y donde existen ciertas células productoras de luz. El oxigeno se combina con una sustancia química que crea su organismo, formándose así un compuesto inestable, y que cuando éste regresa a su estado normal, ocurre la emisión de luz. Ellos en realidad brillan cuando reciben la luz de Hunt.
    Los machos se quedan un par de horas hasta que se cargan completamente de la luz Hunt; después les hacen el amor vigorosamente a sus hembras.
    Los machos dominantes son los que se encargan de proporcionar este placer a sus mujeres, mientras que el resto debe esperar a que se cansen los primeros. También los niños reciben la luz líquida de Hunt pero no de la forma sexual, sino de una forma más paterna. Resulta que a los machos les crecen los senos cuando se cargan con la luz de Hunt. Tienen los senos hinchados por la valiosa sustancia. La luz de Hunt se encuentra en todo su organismo, incluso en la saliva que liberan de sus bocas. Es común ver a los pequeños  ser amamantados por los machos sometidos, y que pueden ser los hermanos mayores o los viejos que ya han dejado de ser productivos (acto que no les satisface pero si lo cumplen al pie de la letra, pueden recibir una recompensa, dependiendo qué tan buen trabajo hicieron con los pequeños).
    Este año, a las adolescentes como Devki ya no las amamantarán como a los pequeños, sino que ahora pasarán a la posición de amante de los machos dominantes. Para dárselo a saber, las obligan a absorber la luz de Hunt del miembro erecto de uno de estos machos.
    De no recibir la luz de Hunt, esta raza no suele vivir hasta el próximo asomo de la nueva estrella.
    La estrella hará su aparición en los siguientes meses: razón por la cual me encuentro en observación.
    En las praderas están las tribus, tribus de al menos unos cincuenta  miembros cada una. Se reparten el territorio y pocas son las veces que se disputan alguna línea fronteriza. Las praderas son largas extensiones de tierra por lo que, hay espacio suficiente para contener a incontables  tribus. En los días cuando hay mucha comida como es el caso de ahora, hasta se dan el lujo de usar la caza de ñús como un entretenimiento para no aburrirse. También hay luchas entre los machos quienes disputan alguna posición de mando dentro de la tribu; muy pocos son los que ascienden de rango en esta temporada. Los que pierden, son sometidos a la burla y el desdén; avergonzados mejor se retiran a probar suerte en alguna otra tribu, lo más lejos posible de donde sufrieron la derrota. Las hembras suelen rechazar a los machos fracasados, y lo que es peor, una derrota puede mantenerse en la memoria de varias generaciones; para ellos es difícil borrar este estigma maldito. Por otra parte, los machos dominantes pocas veces son retados, principalmente porque ellos tienen algunas ventajas con sus contrincantes antes de comenzar la batalla, como por ejemplo, sus rivales llegan ya cansados por contender con al menos dos peleadores anteriores y es por esto que muchos prefieran mejor pasar su vida en un nivel debajo de los machos dominantes, lo que no quiere decir que dejen de intentarlo, es decir, que muchos machos sometidos suelen buscar en alguna otra parte lo que no se atreven a intentar en su propia tribu. Una demostración sucedió hace poco, cuando un grupo de machos  fueron a atacar una tribu pequeña y aislada, ahí sucedió que mataron a los machos alfa y violaron a las hembras,  adueñándose de la tribu sin que nadie objetara de este horrible hecho.


***

    Dyla  fue a buscar a Kión hasta su zona de guardia para ofrecerle algo de comer; allí se queda varias horas a platicar con él; Ayón los ha visto pero no ha intervenido ni dicho nada a su compañero Zeej, quien últimamente anda detrás de Devki. A ella no le interesa Zeej, y lo ha puesto de manifiesto muchas veces con su tajante actitud de rechazo. Zeej no puede obligarla a aceptarle como su amante, además de que no ha recibido el ritual obligado y que se realiza cuando aparece la estrella de Hunt. Este año Devki deberá aceptar que pertenecerá a Zeej. Lo sabe. Zeej desconoce que Devki y Dyla han estado dialogando en secreto.  

***

    Devki ha llegado al campamento con las lágrimas saltando por los bordes de sus ojos, y es que Zeej ha intentado poseerla por la fuerza, algo que Lía, su tía, no está dispuesta a tolerar. Le ha comunicado a Ayón la terrible falta que ha cometido Zeej, sin apegarse al obligatorio ritual. Éste se ha negado a laborar en contra de su compañero y amigo a como se lo ha exigido Lía. Lía se enfada con Ayón. Lía lo ha llamado “cobarde”. Ayón decide ignorarla y se marcha a paso resignado a buscar a su amigo.

***

    Zeej está cansado. Las mujeres ya no quieren estar con él. Y él sabe a qué se debe la razón. Piensa en deshacerse del “problema” y se precipita a buscarlo.
    Cuando lo encuentra, lo sorprenden en pleno acto sexual con la hembra Dyla, amante de Zeej. Ella está con el culo hacia arriba, la espalda combada, jadeando y recibiendo los embates agresivos de la pelvis poderosa de Kión.
    Zeej se ha lanzado con todo su pesado cuerpo a embestir a Kión, derribándolo y llevándose en su paso a la hembra Dyla, quien se aparta de los machos de inmediato para salvar su vida. Zeej está envuelto en una ira irracional que hace llamear sus ojos. Los dos ruedan por el suelo tratando de asestar el golpe mortal.
    Dyla ha encontrado los ojos de Ayón. Dyla le suplica que no intervenga. Ayón finge que no escucha.
    Dyla sabe  que si Kión vence a Zeej, tendrá la posición de macho alfa.
    Zeej y Kión tratan de buscar acomodar los golpes a la garganta, porque es el único sitio vulnerable a un puñetazo poderoso. Es una batalla típica entre machos.
     Después de varios minutos se está haciendo evidente la fuerza disminuida de Zeej ocasionado por la edad. Ayón sigue escuchando a Dyla, quien llora a su lado con una enternecedora emotividad.
    Ayón decide actuar. Es increíble la fortaleza que aún tiene este viejo macho, porque ha arrojado a Kión hacia un lado y ahora está sujetando a su amigo Zeej para que no continúe más con la riña. Habla y trata de convencerlo de que no siga. Zeej está bufando, y no deja de mirar con rencor  y odio profundo a quien en una ocasión, lo amamantó y en sus brazos con suma ternura pudo llamarlo hijo.
    Zeej desiste. Da media vuelta y se marcha.
    Meses después encuentran su cadáver dentro del bosque.

***
   
    Ayón se encuentra amamantando a las dos niñas mientras su cuerpo aún brilla. Lía lo observa con enternecedora mirada.
    En el bosque y debajo de la cúpula celeste se encuentra Devki, quien está succionando con voracidad, de un pene generoso y erecto, la densa luz dadora de vida. Orgullosa, su madre la observa. Una vez que concluya el ritual, ella se retirará al campamento donde dormirá satisfecha, sabiendo que se ha convertido, igual que su madre, en la amante del muchacho quien ahora es el nuevo macho alfa del grupo.
    Me cuesta difícil creer que estas criaturas hayan evolucionado de la tan orgullosa y original especie humana. Me cuesta trabajo creer que alguna vez sus antepasados fueron los amos de su sistema solar.