Antecedentes: Cosas del azar
Un par de
años después de que Miguel restaurara la fragmentada relación con sus padres,
aceptó el trabajo de apoyar a la abuela con la tienda de materiales y
herramientas que el abuelo hasta antes de su deceso, administraba con dominante
recelo. Había muerto de un paro respiratorio, en su cama, con su familia,
tranquilo: una muerte digna para el benevolente abuelo. Miguel sacó de la cochera
la vieja motocicleta; mas antes de que se montara en ésta, Patricio salió a su
encuentro, llevando en las manos un casco de color negro. Afuera, en su patio, estaba la motocicleta que él mismo se había
comprado.
—¿Todavía
sirve esa baratija? —se burló Patricio.
—Esta
baratija te hará morder el polvo.
—Ja, eso
quisiera verlo.
Ambos se
montaron en sus respectivas motos. Los motores comenzaron a quejarse,
compitiendo en quién rezongaba más grave y sonoro. Salieron de la calle en
línea recta, como impulsados por un potente cohete de la NASA.
Miguel
había estado ahorrando y ya pensaba mudarse pronto a su nuevo departamento.
Patricio había abandonado los estudios y trabajaba en el oficio de la
electrónica, en trabajo de campo. Ganaba bien pero era muy despilfarrador de
dinero. Condujeron por cerca de una hora y media para luego detenerse en una
pequeña fonda de cuatro mesas. Pidieron cervezas. Patricio coqueteó con la
empleada no importándole que ya se encontrara comprometido. Pidieron otro par
de cervezas cuando las primeras se terminaron.
—No me has
dicho qué tanto hiciste en esos años que te perdiste.
Miguel
llevó la boquilla de la botella a la boca, y sus ojos parecieron alejarse a
través de tiempo y del espacio, como si hubiera encontrado el fascinante aleph
de Borges. Con cada trago, Miguel parecía sumergirse en lo profundo de un
convulso trance; a su mente llegaron terribles imágenes. Miguel había alguna
vez pretendido marcharse a los Estados Unidos, siguiendo a los migrantes y
compartiendo al mismo tiempo sus desventuras. Sucesos perturbadores llegaban a
veces a su cabeza, en forma de pesadillas. Veía caras conocidas, ensangrentadas,
con los ojos abiertos…
—¿Para
qué? —dijo éste, dándole a saber a su acompañante que no pretendía hablar del
asunto, ni ahora ni nunca.
Patricio
tiró la ceniza de cigarro al suelo.
—Aquí
pasaron muchas cosas.
—Ya me las
dijeron todas.
Una pareja
se fue a sentar a tres metros de donde estaban ellos.
—No, no
todas. ¿Te dijeron que Angélica se desnudó para una revista?
—Me lo
dijeron —respondió al instante Miguel, mostrándose indiferente.
—Yo tengo
la revista, por si quieres verla.
—¿Tú,
degenerado?
—¿Qué
tiene? Así ella lo quiso; que la vieran. Siempre tuvo esa personalidad… ¿cómo
se dice? Bueno, tú me entiendes. De niño me tocaba las bolas.
—Ah, no
quiero saber eso.
—Me las
tocaba, en serio.
—Marisa me lo dijo alguna vez.
Patricio
casi se ahoga con la cerveza.
—¿En
serio? ¿Qué más dijo?
—Que te
violaban —Miguel dejó escapar una risotada luego de ver la cara de su
acompañante—. ¡Te has sonrojado! No te lo esperabas, ¿cierto? Bromeo.
Marisa no me dijo nada.
—Ellas… no
me violaban —dijo Patricio, recobrándose de la impresión.
—¿Bueno,
eso es lo que me querías decir?, ¿que tus hermanas te manoseaban?
—No, no…
Antes de tomarse las fotografías, ella y mi tía hablaron con mamá. No sabes la
que se armó. Mamá gritándole a mi tía que si para eso se la había llevado, para
convertirla en una puta como ella; y mi tía alegando que Angélica ya era mayor
de edad para hacer lo que diera en gana: total que se pelearon y Angélica a final de cuentas se tomó
las fotos. Yo fui a verla… a Angélica. No nos habíamos hablado en meses —dio un
trago a su cerveza. Hizo un silencio como para pensar muy bien en lo que iba a
decir y luego prosiguió—. No me esperé lo que sucedió ahí. Mi tía abrió la puerta;
eran como las once de la mañana, era domingo y estaba todavía en fachas (no por
eso era menos sensual). Oh, no me mires así todavía. Angélica estaba
desayunando. Dijo algo como… que no había desayuno para mí, que me largara.
Quería burlarme de sus fotos pero sentí que descubriría que le estaba yo
mintiendo; en verdad las fotos me gustaron. Deja que te siga contando. Bueno,
mi tía me invitó a la mesa para desayunar pero… como ya no tenía aceite, fue a
la tienda a comprar una botella y no sé qué otra cosa dijo. Tocaron al
timbre y Angélica salió a ver quién era. Yo mientras tanto comencé a ver el
lugar. Ya sabía dónde dormía mi hermana y dónde dormía Érika; fui a ver qué
encontraba en la habitación de mi tía, ¡ah, no hagas esa cara, que si no ya no
te cuento nada!
—¿Qué
esperabas encontrar?
—Ah, no me
preguntes… No sé, alguna tanga…
—No puedo
creerlo.
—¡Sí, lo
confieso!: he estado obsesionado con acostarme con mi tía desde que… bueno, esa
es otra historia.
—Estás
enfermo.
—No más enfermo
que ella, déjame decirte. Verás, cuando abrí la puerta, esperaba encontrar un
desastre en su cuarto, pues se acababa de levantar, es obvio, pero no fue así,
¿y sabes por qué?, ¡porque su cuarto se hallaba vacío!
Había
levantado la curiosidad de Miguel.
—Al igual
que a ti me asaltó la duda, ¿tú qué pensarías? Angélica seguía hablando con un
fulano afuera, Érika todavía no regresaba, entonces ahora fui a revisar el
cuarto de mi hermana, y allí, en su cuarto estaban las dos camas individuales, hechas
una sola, con las sábanas revueltas, la colcha en el suelo, los zapatos, la
ropa interior... ya te imaginarás.
—Mentira.
¿Angélica y su tía?
—¡Lo vi
con mis propios ojos! ¡Te lo juro!
—¿Y qué
hiciste?
—No te voy
a mentir… me sentí excitado.
—Enfermo,
cien veces enfermo.
—Vi la
oportunidad que estaba yo buscando. Cuando Érika regresó, yo estaba en la
cocina, quietecito; ella, mientras estaba batiendo los huevos para darme de
desayunar comenzó a preguntarme sobre mamá, si se encontraba bien, etcétera,
cosas que ni me interesaban. Yo me acerqué a ella (mi tía), sin hacer ruido;
ella se pegó a la estufa, tenía un short muy sexy, el aceite chisporroteó, le
agarré las nalgas —y Patricio puso las dos manos extendidas sobre la mesa, a como
lo había hecho—. ¡Oh, fue fantástico!
—Ya no me
sorprende de ti.
—“¡Qué te
pasa!”, me dijo, aventándome hacia atrás, dispuesta a darme con el sartén. “Me
gustas, Érika, ya te lo había dicho”, le dije, desde… bla, bla, me salió todo
el rollo poético. Entonces ella comenzó a sermonearme de que somos sangre, que
la familia, que si no había aprendido nada en la correccional (ya te lo contaré
luego), del respeto, “¿respeto?”, le dije. “¿Te acuestas con mi hermana y
no te quieres acostar conmigo?” Ella se quedó pálida. “No sé de qué me hablas”,
dijo nerviosa. “Mira, ya lo sé todo”. Nos quedamos en silencio. Un silencio que
la delató en enseguida. Ella quitó el sartén del fuego. Yo veía los
huevos revueltos en la mesa. “¿Se lo dirás a tu mamá?” Pensé en chantajearla,
lo pensé en serio, faltó nada para hacerlo, pero como la vi, tan vulnerable,
tan avergonzada, le dije que no, eso nunca lo haría. “Pero lo de que me gustas
es muy cierto”, le dije, y salí de ahí.
Miguel se
quedó absorto y meditabundo.
—Confío en
ti por que tú no eres de los que les gusta andar hablando por ahí…
—Y… ¿has
vuelto a hablar con ella?
—¿Con
Érika? Un par de veces. No hemos sabido de ella desde hace seis meses. Seguía
soltera y es lógico porque ella es… tú sabes: lesbiana. Pero qué me dices de
ti, yo te he contado un secreto mío y tú no me has contado nada. ¿Es cierto que
Marisa es tu hija?
—¡Qué
tontería! ¿Quién te dijo eso? —se exaltó Miguel.
—Leyenda
urbana.
—¿Leyenda
urbana? —Hizo un silencio y vio que Patricio estaba a punto de lanzar algunos
de sus despuntes—. Has tenido sexo con mi mamá, ¿verdad? ¡Ajá, lo sabía! Ya
conozco esa cara, ya no me puedes engañar.
Hubo un
silencio.
—Esa
leyenda urbana… seguro la contó Angélica.
—¿Los vio?
Pausa.
Patricio tenía los ojos muy abiertos.
—Angélica
tenía siete años. Marisa iba a cumplir cuatro cuando… lo hicimos.
—¡Ajá!
Patricio
sonreía como un idiota, satisfecho de haber hecho hablar a su amigo.
—Yo pensé
que te ibas quedar con ella.
—Verónica
y yo… hicimos una promesa.
—Yo
hablaba de Marisa.
—¿Marisa?
—los ojos de Miguel parecieron invocarla—. Ella… merece un hombre de su
categoría, ¿no crees? Está en la universidad.
—Esa
universitaria sigue pensando en ti.
—Tonterías. Regresemos ya.
Aunque
Patricio haya dicho a su amigo que tenía tiempo de no ver a su tía Érika, en
realidad ellos se están viendo cada quince o veinte días en un concurrido hotel
de la Ciudad de México. Él la espera impaciente dentro de la habitación, hasta
que le llaman de recepción para que confirme una solicitante visita, entonces
sabe que es ella. Patricio la espera en la puerta. El 315. El elevador la
libera. Con tacones altos y un vestido, ella da vuelta a un angosto
pasillo; sabe de memoria el camino. Tap, tap, tap, se oyen sus tacones de aguja
en la cercana proximidad. Érika es recibida con un tierno beso en los labios de
su inquieto amante. Tan pronto la puerta se cierra, él se quiere comer la boca
de la bella dama. “Tranquilo, tranquilo, que hay tiempo”, dice ella, pero él no
la escucha; jadeante le sube el vestido, se mete entre sus piernas y
utilizando sus manos ásperas y grandes; él comienza por agarrar los tersos y
consistentes muslos; las vulnerables y sedosas nalgas, esas nalgas que tantas
veces en sueños deseó con hacerlas suyas. La levanta, la pega contra la puerta,
libera su ostentoso aparato y, con impaciente deseo febril, la penetra,
haciendo a un lado la sensual tanga. “Ah, ah, ah”, gime ella con cada
embestida, dejándose arrastrar por el salvaje ímpetu del muchacho. En menos de
dos minutos él termina porque es eyaculador precoz. “Sí, ya tendremos más
tiempo”, dice Patricio, liberándola. “¿Quieres tomar algo?” Han quedado
conformes que sólo se trate de sexo, sin ningún compromiso. Érika no puede
tener hijos debido a un riesgoso aborto que se hizo de cuando tenía 16 años
edad. Esto ha favorecido a ambos. Érika lo buscó luego de que se separó de su
hombre, cansada de los engaños y las promesas falsas. A veces llora después del
sexo: Patricio es la única compañía que tiene en su vida.
Miguel por
su parte, no ha cumplido con aquella promesa de la que le hemos escuchado
hablar: ha estado teniendo relaciones sexuales con Verónica y también ha
disimulado su deseo dominante por comenzar una relación sentimental con
la bella Marisa. Atendiendo a un proveedor justamente estaba, cuando, a
solo un mes de que se mudó, recibe la sorpresiva visita de Verónica en la
tienda donde él trabaja.
—¿Sucede
algo? —pregunta Miguel, ligeramente preocupado.
Verónica,
sonriendo ilusionada, le dice:
—Estoy
embarazada.
Miguel… ha
tomado su decisión.