"Para escribir se debe echar todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad y hasta la felicidad". Faulkner

jueves, 31 de marzo de 2016

Reencuentro




Antecedentes: Cosas del azar

    Un par de años después de que Miguel restaurara la fragmentada relación con sus padres, aceptó el trabajo de apoyar a la abuela con la tienda de materiales y herramientas que el abuelo hasta antes de su deceso, administraba con dominante recelo. Había muerto de un paro respiratorio, en su cama, con su familia, tranquilo: una muerte digna para el benevolente abuelo. Miguel sacó de la cochera la vieja motocicleta; mas antes de que se montara en ésta, Patricio salió a su encuentro, llevando en las manos un casco de color negro. Afuera, en su patio, estaba la motocicleta que él mismo se había comprado.
    —¿Todavía sirve esa baratija? —se burló Patricio.
    —Esta baratija te hará morder el polvo.
    —Ja, eso quisiera verlo.
    Ambos se montaron en sus respectivas motos. Los motores comenzaron a quejarse, compitiendo en quién rezongaba más grave y sonoro. Salieron de la calle en línea recta, como impulsados por un potente cohete de la NASA.
    Miguel había estado ahorrando y ya pensaba mudarse pronto a su nuevo departamento. Patricio había abandonado los estudios y trabajaba en el oficio de la electrónica, en trabajo de campo. Ganaba bien pero era muy despilfarrador de dinero. Condujeron por cerca de una hora y media para luego detenerse en una pequeña fonda de cuatro mesas. Pidieron cervezas. Patricio coqueteó con la empleada no importándole que ya se encontrara comprometido. Pidieron otro par de cervezas cuando las primeras se terminaron.
    —No me has dicho qué tanto hiciste en esos años que te perdiste.
    Miguel llevó la boquilla de la botella a la boca, y sus ojos parecieron alejarse a través de tiempo y del espacio, como si hubiera encontrado el fascinante aleph de Borges. Con cada trago, Miguel parecía sumergirse en lo profundo de un convulso trance; a su mente llegaron terribles imágenes. Miguel había alguna vez pretendido marcharse a los Estados Unidos, siguiendo a los migrantes y compartiendo al mismo tiempo sus desventuras. Sucesos perturbadores llegaban a veces a su cabeza, en forma de pesadillas. Veía caras conocidas, ensangrentadas, con los ojos abiertos…
    —¿Para qué? —dijo éste, dándole a saber a su acompañante que no pretendía hablar del asunto, ni ahora ni nunca.
    Patricio tiró la ceniza de cigarro al suelo.  
    —Aquí pasaron muchas cosas.
    —Ya me las dijeron todas.
    Una pareja se fue a sentar a tres metros de donde estaban ellos.  
    —No, no todas. ¿Te dijeron que Angélica se desnudó para una revista?
    —Me lo dijeron —respondió al instante Miguel, mostrándose indiferente. 
    —Yo tengo la revista, por si quieres verla.
    —¿Tú, degenerado?
    —¿Qué tiene? Así ella lo quiso; que la vieran. Siempre tuvo esa personalidad… ¿cómo se dice? Bueno, tú me entiendes. De niño me tocaba las bolas.
    —Ah, no quiero saber eso.
    —Me las tocaba, en serio.
     —Marisa me lo dijo alguna vez.
    Patricio casi se ahoga con la cerveza.
    —¿En serio? ¿Qué más dijo?
    —Que te violaban —Miguel dejó escapar una risotada luego de ver la cara de su acompañante—. ¡Te has sonrojado! No te lo esperabas, ¿cierto? Bromeo. Marisa no me dijo nada.
    —Ellas… no me violaban —dijo Patricio, recobrándose de la impresión.
    —¿Bueno, eso es lo que me querías decir?, ¿que tus hermanas te manoseaban?
    —No, no… Antes de tomarse las fotografías, ella y mi tía hablaron con mamá. No sabes la que se armó. Mamá gritándole a mi tía que si para eso se la había llevado, para convertirla en una puta como ella; y mi tía alegando que Angélica ya era mayor de edad para hacer lo que diera en gana: total que se  pelearon y Angélica a final de cuentas se tomó las fotos. Yo fui a verla… a Angélica. No nos habíamos hablado en meses —dio un trago a su cerveza. Hizo un silencio como para pensar muy bien en lo que iba a decir y luego prosiguió—. No me esperé lo que sucedió ahí. Mi tía abrió la puerta; eran como las once de la mañana, era domingo y estaba todavía en fachas (no por eso era menos sensual). Oh, no me mires así todavía. Angélica estaba desayunando. Dijo algo como… que no había desayuno para mí, que me largara. Quería burlarme de sus fotos pero sentí que descubriría que le estaba yo mintiendo; en verdad las fotos me gustaron. Deja que te siga contando. Bueno, mi tía me invitó a la mesa para desayunar pero… como ya no tenía aceite, fue a la tienda a comprar una botella y no sé qué otra cosa dijo.  Tocaron al timbre y Angélica salió a ver quién era. Yo mientras tanto comencé a ver el lugar. Ya sabía dónde dormía mi hermana y dónde dormía Érika; fui a ver qué encontraba en la habitación de mi tía, ¡ah, no hagas esa cara, que si no ya no te cuento nada!  
    —¿Qué esperabas encontrar?
    —Ah, no me preguntes… No sé, alguna tanga…
    —No puedo creerlo.
    —¡Sí, lo confieso!: he estado obsesionado con acostarme con mi tía desde que… bueno, esa es otra historia.
    —Estás enfermo.
    —No más enfermo que ella, déjame decirte. Verás, cuando abrí la puerta, esperaba encontrar un desastre en su cuarto, pues se acababa de levantar, es obvio, pero no fue así, ¿y sabes por qué?, ¡porque su cuarto se hallaba vacío!
    Había levantado la curiosidad de Miguel.
    —Al igual que a ti me asaltó la duda, ¿tú qué pensarías? Angélica seguía hablando con un fulano afuera, Érika todavía no regresaba, entonces ahora fui a revisar el cuarto de mi hermana, y allí, en su cuarto estaban las dos camas individuales, hechas una sola, con las sábanas revueltas, la colcha en el suelo, los zapatos, la ropa interior... ya te imaginarás.
    —Mentira. ¿Angélica y su tía?
    —¡Lo vi con mis propios ojos! ¡Te lo juro!
    —¿Y qué hiciste?
    —No te voy a mentir… me sentí excitado.
    —Enfermo, cien veces enfermo.
    —Vi la oportunidad que estaba yo buscando. Cuando Érika regresó, yo estaba en la cocina, quietecito; ella, mientras estaba batiendo los huevos para darme de desayunar comenzó a preguntarme sobre mamá, si se encontraba bien, etcétera, cosas que ni me interesaban. Yo me acerqué a ella (mi tía), sin hacer ruido; ella se pegó a la estufa, tenía un short muy sexy, el aceite chisporroteó, le agarré las nalgas —y Patricio puso las dos manos extendidas sobre la mesa, a como lo había hecho—. ¡Oh, fue fantástico!
    —Ya no me sorprende de ti.
    —“¡Qué te pasa!”, me dijo, aventándome hacia atrás, dispuesta a darme con el sartén. “Me gustas, Érika, ya te lo había dicho”, le dije, desde… bla, bla, me salió todo el rollo poético. Entonces ella comenzó a sermonearme de que somos sangre, que la familia, que si no había aprendido nada en la correccional (ya te lo contaré luego),  del respeto, “¿respeto?”, le dije. “¿Te acuestas con mi hermana y no te quieres acostar conmigo?” Ella se quedó pálida. “No sé de qué me hablas”, dijo nerviosa. “Mira, ya lo sé todo”. Nos quedamos en silencio. Un silencio que la delató en enseguida.  Ella quitó el sartén del fuego. Yo veía los huevos revueltos en la mesa. “¿Se lo dirás a tu mamá?” Pensé en chantajearla, lo pensé en serio, faltó nada para hacerlo, pero como la vi, tan vulnerable, tan avergonzada, le dije que no, eso nunca lo haría. “Pero lo de que me gustas es muy cierto”, le dije, y salí de ahí.
    Miguel se quedó absorto y meditabundo.
    —Confío en ti por que tú no eres de los que les gusta andar hablando por ahí… 
    —Y… ¿has vuelto a hablar con ella?
    —¿Con Érika? Un par de veces. No hemos sabido de ella desde hace seis meses. Seguía soltera y es lógico porque ella es… tú sabes: lesbiana. Pero qué me dices de ti, yo te he contado un secreto mío y tú no me has contado nada. ¿Es cierto que Marisa es tu hija?
    —¡Qué tontería! ¿Quién te dijo eso? —se exaltó Miguel.  
    —Leyenda urbana.
    —¿Leyenda urbana? —Hizo un silencio y vio que Patricio estaba a punto de lanzar algunos de sus despuntes—. Has tenido sexo con mi mamá, ¿verdad? ¡Ajá, lo sabía! Ya conozco esa cara, ya no me puedes engañar.
    Hubo un silencio.
    —Esa leyenda urbana… seguro la contó Angélica.
    —¿Los vio?
    Pausa. Patricio tenía los ojos muy abiertos.
    —Angélica tenía siete años. Marisa iba a cumplir cuatro cuando… lo hicimos.
    —¡Ajá!
    Patricio sonreía como un idiota, satisfecho de haber hecho hablar a su amigo.
    —Yo pensé que te ibas  quedar con ella.
    —Verónica y yo… hicimos una promesa.
    —Yo hablaba de Marisa.
    —¿Marisa? —los ojos de Miguel parecieron invocarla—. Ella… merece un hombre de su categoría, ¿no crees? Está en la universidad.
    —Esa universitaria sigue pensando en ti.
    —Tonterías. Regresemos  ya.
    Aunque Patricio haya dicho a su amigo que tenía tiempo de no ver a su tía Érika, en realidad ellos se están viendo cada quince o veinte días en un concurrido hotel de la Ciudad de México. Él la espera impaciente dentro de la habitación, hasta que le llaman de recepción para que confirme una solicitante visita, entonces sabe que es ella. Patricio la espera en la puerta. El 315. El elevador la libera. Con tacones altos y un vestido, ella da vuelta  a un angosto pasillo; sabe de memoria el camino. Tap, tap, tap, se oyen sus tacones de aguja en la cercana proximidad. Érika es recibida con un tierno beso en los labios de su inquieto amante. Tan pronto la puerta se cierra, él se quiere comer la boca de la bella dama. “Tranquilo, tranquilo, que hay tiempo”, dice ella, pero él no la escucha; jadeante  le sube el vestido, se mete entre sus piernas y utilizando sus manos ásperas y grandes; él comienza por agarrar los tersos y consistentes muslos; las vulnerables y sedosas nalgas, esas nalgas que tantas veces en sueños deseó con hacerlas suyas. La levanta, la pega contra la puerta, libera su ostentoso aparato y, con impaciente deseo febril, la penetra, haciendo a un lado la sensual tanga. “Ah, ah, ah”, gime ella con cada embestida, dejándose arrastrar por el salvaje ímpetu del muchacho. En menos de dos minutos él termina porque es eyaculador precoz. “Sí, ya tendremos más tiempo”, dice Patricio, liberándola. “¿Quieres tomar algo?” Han quedado conformes que sólo se trate de sexo, sin ningún compromiso. Érika no puede tener hijos debido a un riesgoso aborto que se hizo de cuando tenía 16 años edad. Esto ha favorecido a ambos. Érika lo buscó luego de que se separó de su hombre, cansada de los engaños y las promesas falsas. A veces llora después del sexo: Patricio es la única compañía que tiene en su vida.
    Miguel por su parte, no ha cumplido con aquella promesa de la que le hemos escuchado hablar: ha estado teniendo relaciones sexuales con Verónica y también ha disimulado su deseo dominante por comenzar una relación sentimental con  la bella Marisa. Atendiendo a un proveedor justamente estaba, cuando, a solo un mes de que se mudó, recibe la sorpresiva visita de Verónica en la tienda donde él trabaja.
    —¿Sucede algo? —pregunta Miguel, ligeramente preocupado.
   Verónica, sonriendo ilusionada, le dice:
    —Estoy embarazada.
    Miguel… ha tomado su decisión.