"Para escribir se debe echar todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad y hasta la felicidad". Faulkner

martes, 21 de enero de 2014

El juego



Flavio me pidió que nos fuéramos juntos. Yo pensé que eran vacaciones, y le dije que sí. Pero cuando dijo que no iban a ser vacaciones sino que era para vivir juntos, él y yo, sin mamá, le dije que entonces no. Dijo que a mi mamá la quería pero muy poquito. Que me quería muchísimo más a mí. Dijo que si me iba con él, me iba a llevar a la playa y que me iba a comprar todo lo que quisiera; que jugaríamos a ese juego todo el tiempo. Yo le quería decir que ya no me gustaba ese juego. Me agarró de la mano y yo me solté. Le dije que yo no quería irme, que quería quedarme con mamá. Flavio se molestó. Dijo que entonces me iba a quitar todos mis regalos. Y me arrebató el celular que me regaló en mi cumpleaños. Se puso rojo y tiró una taza que se rompió. Mamá entró a la cocina porque había llegado, y Flavio dejó el celular sobre la mesa y yo lo agarré. Mamá dijo: “Ya vamos a comer”, y él dijo, enojado, que no tenía hambre, y se fue. Mamá vio la taza rota y me preguntó si sabía por qué Flavio se había enojado, y yo le dije que porque no quise irme con él. “¿Irte? ¿A dónde?” Mamá después llamó a Flavio por teléfono. Estuvo hablando con él, y luego le gritó una palabrota fea, y colgó. Le pedí que me perdonara, y ella dijo que no había sido mi culpa, que había hecho bien en decir que no. Mamá me preguntó que por qué caminaba así, y yo no le dije. Luego vio la sangre que escurría por mis pies. Mamá comenzó a gritar que qué me había pasado.

***

    Flavio nunca quiso que lo llamara papá. “Dime Flavio”, decía. Mamá decía que era su amigo, después dijo que era su novio. “Pronto lo tendrás que llamar papá”. Yo le dije que él no quería que lo llamara papá, y ella me dijo que porque todavía no se casaban. Flavio era muy bueno. Nos llevaba al cine, al teatro, al zoológico y a la feria. Nos compraba helados, hamburguesas, pizza y palomitas. Me llevaba a la escuela en carro, y yo le decía a mis amigas que era el novio de mi mamá.
    Flavio jugaba conmigo a las muñecas y a la comidita. Me hacía caballito y brincábamos en la cama cuando mamá no estaba. Una vez se cayó al suelo, y yo me caí encima de él. Le pegué abajo, y no se podía levantar. Dijo que lo había fauleado. Él no quiso decirme qué era fauleado. Mamá sí sabía. Ella dijo: “Faulear es cuando te pegan allí abajo”, y me señaló mi vagina. “Esto se llama vagina”, me dijo mamá, “pero los hombres no tienen vagina, ellos tienen pene”. Yo le pregunté que qué era “pene”, y ella me dijo que era como una manguerita por donde hacían pipí los hombres. Lo libros tenían dibujos, y allí tenía un niño sin ropa, y allí, en una flechita decía pene. Los niños no se sentaban para hacer pipí. Vi el pene de un niño que hizo pipí en el salón, porque la maestra no lo dejó ir al baño. No era igual al del dibujo en los libros. Era como un dedito sin uña. A todos nos sacaron temprano porque llamaron al conserje.

***

    Una vez abrí la puerta del baño y vi a Flavio haciendo pipí parado, como los niños. “Yo ya conozco los penes”, le dije a Flavio.
    “¿En serio?”
    “Y también sé que es fauleado”.
    “Entonces dime”.
    “Mamá dice que faulear es cuando te pegan en la vagina, pero los hombres no tienen vagina. Ellos tienen pene”.
    Y él me preguntó que a quién le vi el pene, y yo le dije que a un niño del salón.
    “Son chiquitos, así”, y él se rio cuando le dije que eran iguales a mi dedito.
    “Los penes de los niños son chiquitos, pero los penes de los adultos, son grandes y tienen pelo”.
    Tomó mi mano y me jaló hacia dentro. Mamá dice que cuando hay gente adentro, no debo entrar. Él dijo que quería enseñarme algo, pero cuando escuchamos que llegó mamá, me dijo que rápido saliera del baño.
    Estaba haciendo mi tarea y le volví a preguntar.
    “¿Los penes de los adultos son grandes como mi lápiz?,” y él dijo: “Más grandes”.
    “¿Cómo esa escoba?”
    “No tanto. ¿Sabes como de qué tamaño?: como el de un plátano. Como ése que está en el frutero”.
    Tomó un plátano de la frutera, le quitó la cáscara y me lo dio para que me lo comiera.
 
***
   
    Flavio no me dejaba ver su pene, pero me dejaba tocarlo a escondidas, debajo de las cobijas. Cuando se acostaba conmigo, me dejaba meter mi mano debajo de su pantalón. Yo lo agarraba. Su pene se hacía grande, y duro. “Se infla”, le dije, y él dijo: “¡Sí, se infla! ¿Sabes por qué se infla?: porque le guste que lo toques”. Cuando mamá se dormía, Flavio calladito me decía: “Ya, ya puedes agarrarlo”, y yo lo agarraba. Flavio  me enseñó que debía tocarlo bonito, porque le dolía si lo tocaba feo; y que no le jalara los pelos. Era suavecito, y a mí me gustaba tocarlo y que se inflara y se pusiera duro. Pero yo hacía travesuras. Jalaba sus pelos y me reía. Cada que me dormía con ellos, yo jugaba con el pene de Flavio. Yo dejaba que me tocara también. Me metía su mano y me hacía cosquillas.
    “¿Sabes para qué sirve un pene?”
    “Sí.”
    “Dime para qué”.
    “Para hacer pipí”.
    “Y para otra cosa”, dijo él. “¿Quieres saber para qué cosa?”, y yo le dije que sí.
    Cuando mamá se fue a comprar tortillas para comer, él me dijo que me iba a enseñar su pene, y yo lo seguí. Se bajó el pantalón y luego el calzón. Lo sacó y lo hizo crecer.
    “Agárralo”, me dijo, pero yo no quería porque parecía una víbora fea, con un ojo. “Ya lo has agarrado”, dijo él, “no seas tímida”. Entonces Flavio sacó una pluma: le puso ojitos y una boca sonriente en la cabecita.
    “Agárrame, no tengas miedo”, dijo el pene, y yo lo agarré. “Estas son mis pelotas, agárralas también”, dijo Flavio, y yo las agarré también. “¿Me quieres?”
    “Sí”.
     ¿Me das un besito?”
    “Sí”.
    Pero lo engañé. No le di un besito sino que le di un golpe y me eché a reír. Flavio no se podía levantar y se enojó conmigo, pero después se contentó.
    Flavio no quería que le dijera a mamá que había visto su pene. Dijo que si se lo decía, ya no iba a jugar con él, y que se iba a ir para siempre. Yo no quería que se fuera.

***

    Flavio puso mermelada y chochitos en su pene y lo convirtió en paleta. Fue muy divertido porque Flavio saltó. Cuando se acabaron los chochitos, yo lo mordí. Él me dijo: “¿Tú también quieres tener una paleta?”, y yo le dije que sí. Puso mermelada en mi vagina y luego puso chochitos. Me hizo muchas cosquillas.
    Y el día que mamá se fue a traer sus catálogos con doña Mary, Flavio puso una película. Había dos personas sin ropa: un señor y una señora. Flavio ya me había enseñado su pene, y el señor de la película tenía un pene igual de grande pero sin pelo. El hombre metió su pene en donde la señora hacía pipí. Flavio dijo que no me asustara, que para eso era el pene además de hacer pipí. Dijo que era un juego, y que era muy divertido; que ese juego lo jugaba con mi mamá. “Si no lo crees, asómate esta noche”. Flavio dijo que iba a dejar la puerta abierta para que yo viera cómo jugaban.
    Yo no me dormí, y me asomé. Flavio y mamá estaba sin ropa igual que en la película. Flavio estaba parado y mamá estaba sobre la cama, enseñando las pompas igual que Flavio. Yo no hice ruido porque Flavio dijo que no hiciera ruido. Flavio me vio. Sacó su pene de la vagina de mamá y le preguntó si le gustaba,  y ella dijo: “sí, sí”. Flavio le preguntó: “¿Quieres que te la meta?, y ella dijo sí, sí”. Y Flavio metió su pene. Y lo metía y lo sacaba. “¿Te diviertes?”, le preguntó a mama, y ella dijo “sí, sí, no te detengas”. “¿Verdad que te gusta mucho este juego?”, y ella dijo “si, sí”.

***

    Cada que mamá no estaba, Flavio me hacía cosquillas. Flavio me dijo que se llamaba vulva y no vagina. También me daba besitos en mi cachete, en mi nariz, en mi cuello, en mi boca, en mis pies, y me preguntaba: “¿Te gusta?”, y yo decía sí, sí, igual que mamá. Me dijo saca tu lengua, y él la atrapó con su boca. Me gustó porque se sentía cosquillitas adentro.
    “¿Te gusta?”
    “Sí, sí”.
    “Abre tu boca”, me decía, y se echaba un trago de yogurt y luego me lo entregaba en la boca. “¿Rico?”
    “Rico”, decía yo.
    “Así comen los pajaritos. ¿Quieres más?”
    “¡Sí!”
    “Pero no le digas a mamá, ¿eh? No quieres que se enoje, ¿verdad?”, y yo le decía no.

***

    Siempre que jugábamos, me echaba baba con su pene. Él decía que era leche pero no sabía a leche.
    “Cuando crezcas otro poco, mi pene va entrar en ti, en tu vagina”, decía, y yo quería que ya lo metiera porque quería divertirme como mamá.
    Cada que mamá estaba, le pedía que jugáramos, y él decía que no.
    “Cuando te bañes, métete un dedito en tu vagina. Cuando lo hagas, jugamos”.
    Cada que me bañaba me metía un dedito. Cuando salió sangre, no le dije a mamá. Tiré el agua y me lavé con mucho jabón, porque Flavio me dijo que no me asustara”.

***

     Flavio entró a mi cuarto. Me subió la falda de la escuela y me quitó el calzón. Flavio dijo: “Abre las piernas y recuéstate. No vayas a gritar. Va a doler un poquito pero después te vas a divertir mucho como tu mamá”.
    Flavio estaba metiendo… Yo pensé que era su dedo. Me estaba doliendo mucho y le dije que no quería jugar a eso. Comencé a llorar porque no lo quería sacar. Me dijo que si aguantaba me iba a comprar un helado con chispitas. Pero me dolía mucho y grité, y él me tapó la boca. Me dijo:
    “Te voy a comprar muchos dulces y un peluche”. Yo lloré mucho.
   Cuando me soltó, salía mucha sangre. Tiró a la basura mi ropa y me cambió, pero seguía saliendo sangre. Como no paraba la sangre y yo no me podía poner de pie, salió y me compró un helado. Di pasitos y comencé a caminar. Después me dijo que se me iba con él, y yo le dije que sí, pero cuando dijo que sería sin mamá,  yo le dije que no. Mamá entró a la cocina y nos quedamos callados. “Ya vamos a comer”, dijo, y Flavio dijo que no tenía hambre y se fue. Luego mamá me llevó a un hospital, donde le dijeron que yo había sido abusada sexualmente; yo no sabía qué era eso y le pregunté a mamá que qué era abusada sexualmente, y ella se puso a llorar. Un hombre le preguntó si conocía al abusador. Ella dijo sí, que se llamaba Flavio. Y yo le pregunté a mamá si Flavio iba a regresar para verme, y ella dijo: “¡No!”, gritándome. “Jamás volverá a verte”. Y yo me puse a llorar. Quería que Flavio viniera y me abrazara; que me diera besitos y me hiciera caballito.