*1*
Tenía un sueño que se repetía. Ashle me preguntó si había encontrado el
significado al sueño. Le dije que lo había buscado, pero que no estaba en
ninguno de sus libros que me prestó. Me exigió que le dijera cuál era el sueño,
casi molesta.
—Vi un libro que parece bueno —cambié de tema—. Es grueso y es de Freud.
—¿Quién?
—Un tipo que se llama S. Freud.
—No lo conozco.
—Debe ser bueno, si cuesta tan caro.
—¿Qué cosa?
—El libro. Cuesta bastante caro. Se llama La interpretación de los sueños.
Me aconsejó que lo descargara de la Red.
Le dije que no me gustaba leer en la
pantalla debido a que se me cansaba la vista, y ella me dijo que me iba a
prestar su tableta, porque con ésta,
era diferente a como uno lee en una pantalla cualquiera. La verdad es que no le
creí, y entonces ella sacó el aparato de su mochila y comenzó a mostrarme.
Tenía la novela 1984 de Orwell. Raspaba el dedo en la superficie de la pantalla
y la hoja virtual se cambiaba. Cosa grandiosa.
—¿Y ya la leíste? —pregunté.
—¿Qué?
—La novela.
—Ah, es que no he tenido tiempo. Pero ya tengo la reseña que bajé
también por Internet. ¿Entonces no me vas a decir cuál es tu sueño? Es un sueño
lujurioso, ¿no es cierto?
Mi falta de reacción fue la que me
delató.
—Obviamente esos sueños tienen que ver con tu necesidad fisiológica de acostarte
con una mujer ¿no lo crees? —me dijo burlona—. No hay más explicación.
Ashley tenía razón. Quería acostarme con una mujer y estaba dispuesto a
pagar para conseguirlo.
Un día fui al corredor de… y pregunté a una mujer su precio por
acostarme con ella. Me miró de arriba abajo como si dijera “lárgate de aquí,
escuincle baboso”. Me quedé en espera de su respuesta mientras ella se
preparaba un cigarro, por casi un minuto; después me miró y preguntó por mi
edad.
—¿No crees que estás muy joven? —luego completó—: Trecientos; más
cincuenta por el hotel.
La mujer debía tener unos cuarenta y tantos años, ya rayando a los
cincuenta. El precio no era muy de acorde a su edad, consideré. A un amigo
-recordaba- le cobraban doscientos pesos, y la mujer le bajó el precio hasta
los cien pesos. Me aconsejó buscar las de mayor edad, por ser las más baratas. Tardé una hora en darme valor, de poder
acercarme a la vieja prostituta. Tenía unas carnosas y bien torneadas piernas.
Llevaba puesto unos leggings negros y una blusa blanca con escote en V (y donde
se asomaban dos generosos y gigantes senos). Era más alta que yo, aún sin los
altos tacones. El mejor atractivo era su voluminoso trasero (lo primero que
llamó mi atención).
—Sólo traigo cien —le propuse.
Torció la boca y dijo que “entonces no”.
Había pensado cogérmela unas diez veces en
todo ese día, y estaba dispuesto a que fueran sólo dos, tal vez tres, pero en
eso alguien la llamó. Era un tipo dentro de un auto, con dos acompañantes.
—Junta lo demás; te espero, aquí voy estar —me dijo, y se alejó para
hablar con el fulano sin darme posibilidad de negociar.
—¿Cuánto por los tres? —escuché que le preguntó el hombre.
—Quinientos—propuso ella.
—No, es mucho—se quejó.
—Trescientos —propuso ella.
—Doscientos cincuenta.
—Trescientos.
—Está bien.
Subió al auto y se marcharon.
*2*
Conté a un compañero lo que me proponía. Me dijo que por ese dinero que
pensaba yo pagar a la prostituta, podía acostarme con tres prostitutas más
jóvenes. Quizá tenía razón, pero esa mujer me gustaba y no sólo porque se
parecía a una de las maestras que nos daba clase de Español y que todos
odiábamos.
Cargué con la mitad del dinero y
fui con mi amigo al corredor de las prostitutas. Desde el día que se lo
comenté, prometí que me acompañaría. No tuve otra opción. Luego que llegamos,
la buscamos por más de una hora sin poder localizarla. Dimos muchas vueltas. Mi amigo se fastidió y me
pidió que escogiera otra prostituta.
—Coger es coger, da igual con quién.
—No se trata de sólo coger —le dije.
—Claro que sí —puntualizó.
—Bueno, te lo diré de otra manera: no puedo excitarme con cualquier
mujer, por más buena que ésta esté.
—Eso… no te lo puedo creer.
—Pues créelo.
—Mira, que está preciosa aquella. ¡O ésa!
Era delgada y de largas piernas. Debía tener unos dieciocho años. Estaba
guapa pero no se me antojaba. Mi amigo fue a preguntar el precio. Cinco minutos
después, él llegó contento y diciendo que la había convencido que por el dinero
que yo tenía, más cien que él tenía, ella aceptaba a los dos, en un trío.
—Claro que no —le dije.
—Entonces tú primero y yo después; eso es lo de menos.
—Dije que no.
—¡Oh, maldita sea! ¡Tú y tu maldita abuela!
Mi amigo se enojó bastante y ya no me quiso hablar.
Al siguiente día, esta vez solo, también la busqué. Y al siguiente. Por
toda una semana. Luego cada tres días, por casi un mes.
*3*
Encontré una página de Internet que me interesó bastante. Era como un
libro virtual. Tú escribías tu sueño y en no más de cinco días, alguien te respondía,
entregándote el significado. Quise probarlo y escribí:
En
mi sueño
estoy orinando;
y de pronto mi pene
se convierte
en una
horrible serpiente,
que
abre y cierra
su
gran boca.
Esperé la respuesta, e incluso me olvidé del libro de Freud que también descargué.
Para mi decepción, al tercer día, sólo recibí tres palabras y un largo link. Decía:
“Eres un larkeniano”.
Me fui al link que me colocaron en respuesta a la pregunta de mi sueño y
me metí a una página de la cual hablaba sobre
el fenómeno OVNI. El tema decía: “Los larkenianos”, al estilo Wikipedia,
que hablaba sobre una raza de extraterrestres que vinieron a la Tierra hacia el
año 12,000 a.c. y eran provenientes del planeta Larken, según un antiguo códice
descubierto en el año 1924. Se decía que los larkenianos no eran capaces de
mantener su forma, dado que eran de apariencia semilíquida, así que hicieron experimentos
con el objetivo de crear un larkeniano de cuerpo físico, combinando el ADN humano con el de su especie. Se aclaraba que
en el pasado los humanos habían sido ratones de laboratorio para diferentes
razas de extraterrestres.
Se decía que el primer larkeniano poseía una apariencia horrible, pero lo
más asqueroso, es que tenía un miembro parecido a una serpiente, como aparecía
en mi sueño (había una pintura de esta criatura en las cuevas del Ecuador). Este
ser se apareó con cientos de mujeres. Entonces vino una raza de larkenianos de
apariencia física y que se confundieron con la raza humana. Decía que aún en
nuestros días, los larkenianos seguían presentes en la Tierra.
El autor comentaba que los larkenianos guardaban la memoria de sus
antepasados en lo profundo de su inconsciente, así como en sus genes y, por
ende, a algunos se les revelaban su pasado en forma de sueños.
Este artículo me hizo mucha gracia.
*4*
Un día falté a la escuela, pensando que ella tenía otro horario; fui a buscarla en la mañana con el
uniforme para que mi familia creyera que me dirigía al colegio como de
costumbre.
El corredor de las prostitutas estaba a
media hora de la escuela en transporte público, así que hasta pensaba entrar en
la tercera o cuarta hora de clase.
La vi desde el autobús. Allí estaba, en el
lugar donde la había visto por vez primera. Me alegré bastante.
—Hola.
—Hola —dijo ella, en tono molesto. Estaba vestida con una falda muy
corta y unas botas que le llegaban a la rodilla.
—Tengo el dinero —le dije.
—¿Los quinientos?
—¡Dijiste trecientos cincuenta!
Contrario a lo que pensaba, me pidió que me fuera. Después de buscarla
tanto, no iba a resultar tan fácil deshacerse de mí. Levanté la voz. Le dije
que ella me gustaba, que me gustaba bastante; que la había buscado por varios
días; que me quedaba horas a esperarla. Me dijo que me callara.
—No, no me voy a ir —le dije, importándome poco que llamara la atención
de la gente que cruzaba por el lugar—. Te fuiste con tres hombres por
miserables trescientos, ¡y a mí me
cobras quinientos!
—¡Cállate, te digo!
Me dijo que vestido así, iba a llamar la atención de los
vecinos, y que ya se quejaban de que las mujeres estaban corrompiendo a sus
hijos; que no debía estar hablando con ella en ese momento.
—Vete y regresa cuando no traigas ese uniforme.
—Pero entonces sí…
—¡Sí, pero vete!
Luego de que me retiré unos pasos, unas personas se acercaron para hablar
con ella.
*5*
Regresé
a casa para cambiarme de ropa. Tenía prisa, pues no quería dejar pasar otro día
sin coger o que pasara otro mes.
Resulta que cuando crucé por el pasillo para
llegar a mi habitación, escuché un par de voces, provenientes del cuarto de mi
hermana. Mamá y papá se iban desde las ocho. Ashley también trabajaba, y se iba
a las nueve, quedando sola la casa. Al parecer Ashley tenía otro horario.
Para no delatarme, no hice ruido y me fui a
cambiar, ignorando lo que había escuchado. Cuando salí, las voces se habían
transformado en jadeos y gemidos ruidosos. Mi mano se movió hacia el redondo picaporte.
No creía que estuviera sin el seguro, pero lo estaba, y abrí silenciosamente la
puerta, corriendo los riesgos que se me aseguraban. Sólo metí la cabeza y…
sorpresa.
Vi a un hombre desnudo y con el culo al aire. A cada lado de su cadera,
salían dos pequeños y blancos pies. Un pie estaba todavía enfundado en una
zapatilla. El sujeto la tenía empalada y se movía frenético: de pie y sin
intenciones de detenerse. Cerré la puerta y me retiré, diciendo que no sólo
ella iba a tener acción esa mañana.
*6*
La prostituta me reconoció desde la distancia y no dejó que me acercara
más hasta el lugar donde se encontraba. Ella fue quien vino hacia mí. No me
dejó que hablara, simplemente me condujo hacia un hotel, a una calle de
distancia del corredor. Pidió una habitación. Pensé que me tocaba pagar, no fue
así, el encargado sólo le entregó la llave y fuimos a una habitación que ella
parecía conocer muy bien. Cerró la puerta y preguntó si traía preservativo. Lo
traía, lo traía desde hacía tres años. Mi corazón estaba latiendo a mil por
hora.
—Primero lo primero —dijo, estirando la mano y extendiendo la palma.
—Trescientos cincuenta.
Fue una sorpresa porque ya me había resignado a pagar quinientos. Habría
pagado hasta mil por coger con ella.
Mientras lo contaba, le pregunté por qué elevaba el precio conmigo, si
había escuchado que cobró cien a aquellos tres hombres. Guardó en su bolso el
dinero y respondió que lo hacía porque no le gustaba coger con chicos de mi
edad y que todavía iban a la escuela. Confesó que era abuela y que sus nietos
podían tener mi edad ahora. Nietos que por cierto no conocía.
—¿Quieres que me desvista? —preguntó. Su rostro, antes rígido, se había
suavizado como una fraternal abuela.
Tantas veces había imaginado un encuentro con ella que en ese momento la
mente la tenía en blanco. Tartamudeé.
—¿Es tu primera vez? Ven —sujetó mis manos y me condujo afectiva hacia
la cama.
—¿No te da miedo de que yo pueda ser tu nieto? —pregunté, y no sé por
qué lo hice. Tal vez era mi miedo y no el de ella. La hice dudar, así que
preguntó por mi apellido, mi casa, mis padres el lugar de su nacimiento. Cuando
concluyó que no era probable, se acostó y abrió las piernas, haciendo una M con
las rodillas y las plantas de los pies. Ella misma sujetó el aparato y se lo
insertó delicadamente. Sentí sus uñas largas que lo habían atrapado como con
tenazas. Su vulva tenía unos labios gruesos. Ella tuvo que abrir los para que
yo pudiera entrar. Sólo empujé un poco y me deslicé muy fácil. Ya la había
penetrada. Ella me iba guiando. “Así, lento, así, eso es, ahora a tu ritmo”. Me apoyé de sus rodillas y comencé a hacer
palanca. El condón se llenó con bastante semen.
*7*
Otro día y en el mismo hotel, rodee
su cuerpo, tomando esta vez la iniciativa. Ella estaba inmóvil; no puedo decir
que estaba agitada o nerviosa, mucho menos excitada, pero sí sé que estaba
sorprendida con mi repentina actitud. Me coloqué detrás de ella y eché mis
manos hacia adelante y atrapé sus enormes pechos. Los sopesé; estaban pesados.
Pero no eran los pechos lo que me importaba de ella, lo sabía. Deslicé mis
manos hasta llegar allí. Era la segunda vez que tocaba unas nalgas de esa
madurez, unas nalgas redondas, enormes, suaves, como dos globos rellenos de
harina. Después de cinco veces de acostarme
con ella por fin me había dado valor de pedírselo.
Recordaba.
Iba en el transporte público. La mujer que me acompañaba era mi madrina.
Yo iba en la primaria.
La gente comenzó a arrinconarnos en el
autobús que se llenaba de gente, y el trasero de mi madrina estaba cada vez más
cerca de mi pelvis, hasta que lo frené. Ella sintió algo, en mi pelvis.
Sólo había sonreído.
—Ya vamos a bajar, papito —había dicho ella, sonrojándose y tratando de
retirarse aunque fuera solo un centímetro. Se parecía bastante a aquel trasero...
Comencé a subirle la falda, lo cual no era un trabajo difícil.
—El sexo anal lo cobro a
cuatrocientos —me advirtió.
Saqué un billete y se le entregué en sus manos, a condición de que me
llamara “papito”.
—Antes ponte el condón…, papito —me dijo, desabrochando el botón de la
falda. Esta calló a sus tobillos junto con su tanga, una tanga negra. Ella
extrajo un recipiente de su bolso y untó el contenido sobre sus nalgas,
concentrándose en el enrojecido ano. Era lubricante. Le pedí que no se quitara
los zapatos y ella dijo que eso era muy clásico de los hombres, que ya estaba
aprendiendo.
—Listo —le dije, presumiendo mi tremenda erección.
—No está mal. Tómate tu tiempo. Disfrútalo,
que todavía está en buen estado—me dijo, entregándome la espalda—. ¿Te pusiste
el condón?
—Sí.
Justo cuando ella acababa de supervisarme, lo retiré y guardé en mi mano.
Se inclinó, separó las piernas y colocó sus palmas abiertas sobre el viejo colchón.
Separé sus nalgas y me deslicé por el agujero, forzándolo a lo profundo. Estaba
apretado pero el lubricante me ayudó bastante. Y ya adentro, ella apretó las
nalgas, o fue la pelvis: no sé qué hacía pero se sentía muy bien. Me
succionaba.
—Esto lo aprendí con la experiencia. ¿Te gusta?
—…Sí.
—Ya veo que sí.
Comencé a moverme, y en la mente tenía la imagen de mi madrina y su
trasero que me aprisionaba. Ella me provocó la primera erección de mi vida.
—Así, papito. Oh… uhm… así, papito, así… Oye, tranquilo. Uhm…
Sujetando su ancha cadera me movía frenético: adelante atrás, adelante
atrás, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, y para cuando
conté diez ya me había vaciado. Me parecía que no había durado ni un minuto.
Seguí moviéndome pero ya no era excitante.
—Hijo de la chingada —repentinamente dijo ella, apartándome de un
empujón. Miró mi debilitado miembro babeante y luego se palpó las nalgas,
averiguando lo que había ocurrido—, ¡no te pusiste el condón, cabrón! ¡Te dije,
¿no?! ¡¿Te dije o no te dije las reglas?!
Me dio una cachetada como si fuera yo su crío. Me dio otra más, casi en
los ojos. Me iba a dar otra pero a tiempo había sujetado su pesada mano.
—Me vas a pagar el aborto —manifestó.
Y yo pensé: “No creo que usted todavía pueda tener hijos”.
—Me vas a pagar, o ahora mismo te mando al Diablo para que te rompa tu
puta madre.
Todo sucedía muy rápido, y yo no creía en lo que estaba sucediendo.
Parecía otra. Estaba como enloquecida.
—Dame dinero, ¡dame dinero! —me exigió, con la mitad del cuerpo desnudo.
—Sólo traigo ésto.
Era un billete de doscientos, otro de a veinte y un par de monedas de a diez.
—Ni para la puta pastilla —dijo molesta—. No te quiero volver a ver.
Tomo todo mi dinero, se vistió y se marchó. A pesar de que me había
robado, que me había pegado, que me había insultado como nunca nadie me había
insultado, estaba sumamente satisfecho con ella y estaba dispuesto a regresar otro
día para convencerla de que lo repitiéramos.
*8*
Descubrí que Ashley tenía una vida sexual activa, muy envidiable. Una
vez que la casa quedaba vacía, ella metía a su pareja a su habitación, lo hacían, y luego se marchaban. Lo había
estado haciendo por quién sabe cuánto tiempo.
No conocía al hombre con quien estaba acostándose, así que me propuse a
averiguarlo, después de todo, ella había tenido tropiezos sentimentales que la
familia no quería ni recordar. Sentía que mi labor de hermano era la de servir
como informante para con nuestros padres. Y es que Ashley era mala para elegir un
compañero. Dos parejas saltaban sobre los demás. Uno había sido con un primo lejano, ella lo
había conocido en una boda, ¿cómo la enamoró tan rápido?: eso no lo sabemos; se
había entercado en juntarse con este
primo, y la gente decía que esta persona no era un hombre de bien; se sabía que
lo buscaban en algunas estados; decían que era un ladrón, un traficante de
personas, un violador, que se estaba escondiendo; Ashley no quería entender que
lo que le había prometido era una vil mentira, con tal de llevársela, con tal
de embarazarla y tirarla en algún lugar como decía mi madre. Lo cierto es que
Ashley, con todo y sus grandes ojos verdes, no podía ver más allá de lo que se le
presagiaba para su futuro. En manera de protesta ella no comió por varios días
y se enfermó de anemia. Quedó delgada como un palillo, pero algo en el hospital
aprendió, y se resignó a abandonar esa idea de irse con el primo maleante, fuera por los consejos del
doctor o de las enfermeras, o quizá de los pacientes que conoció allí. Pero
tuvo un desliz más a los seis meses. Estaba saliendo con un hombre casado. El
sinvergüenza le había prometido divorciarse de su actual esposa en cuanto ella
se fuera a vivir con él. De nuevo mi hermana se entercó, y papá tuvo que encerrarla
como gata en celo para que no se escapara con el fulano y le concediera ese preciado
hijo que el hombre buscaba. Papá estuvo al borde de los golpes con aquel
fulano. Al final la convencieron de abandonarlo, pero ella había dejado una
amenaza latente, diciendo: “Me han quitado mis oportunidades de ser feliz, y ya
van dos veces; pero para la tercera, yo seré mayor de edad y ya no tendrán
derecho a meterse con mi vida. Me iré con la persona que más odien”. Ashley era
mayor de edad, y mis padres tenían latente miedo de que ella pudiera cumplir
dicha amenaza en cualquier momento y con cualquier tipo.
Esperé
afuera de la casa, retrasando mi entrada a clases a fin de conocer aquel sujeto.
A los treinta minutos, un compacto rojo se estacionó enfrente de zaguán, y una
joven en tacones altos salió del auto para tocar el timbre. Para mi sorpresa,
Ashley la invitó a pasar. Pensando que mi plan había fracasado, me retiré, pero
el día siguiente sucede que ocurrió lo mismo. Y el siguiente también. Deduje que
Ashley había roto su relación con aquel hombre, de allí que regresara a buscar
sus consejeras amigas. Estaba por irme a mis clases, cuando repentinamente
escuché que la puerta del zaguán se abría. Era la chica que todos los días
llegaba, la que había salido. No me habría importado mucho el hecho
superficial, a no ser porque la vi alterada y con una bata encima. La bata era
de mi padre. Mi reacción fue de inmediata inquietud. Rápido me acerqué, ella me
miró, y me preguntó si yo era el hermano de Ashley. Respondí afirmativo, y
entonces ella, con voz temblorosa, dijo que mi hermana estaba inconsciente, que
se había desvanecido sobre el piso de su habitación. Dijo también que ya había
llamado una ambulancia, que la estaba esperando. Se notaba alarmada, ansiosa,
preocupada.
Yo me metí a toda prisa, ella se quedó en la calle y creía oír que dijo
que no tenía pulso. Me asusté bastante.
Ashley era una chica popular, lo era desde la primaria. Los chicos la
consideraban atractiva, nunca noté que fuera atractiva hasta que la vi desnuda
y tirada como lo estaba: en posición fetal.
—¡Ashley!, ¡Ashley!
No reaccionaba pero respiraba, eso me tranquilizó. Ya antes le había
sucedió algo similar, pero entonces mamá estaba y ella supo qué hacer. La
sujetó en sus brazos, lo mismo que yo estaba haciendo, cuando en eso lo veo.
Fue todo un shock. Aquel pedazo de
carne que colgaba de su entrepierna era como la de mi sueño. No quería creer lo
que veía, ¡pero allí estaba!, tan largo como una serpiente. El desconcierto, el
horror y la repugnancia me sublevaron en primera instancia.
*9*
Ashley era un hermafrodita, y mis padres lo
sabían, y posiblemente el primo, y aquel hombre casado también lo supo, y lo
aceptaron, y por ende ella quería estar con ellos como si fueran los únicos
hombres en la faz de la Tierra que iba a aceptarla.
La sirena se escuchaba en la calle, muy cerca, y no había salido de mi
pasmoso y aterrador asombro, cuando escuché la voz de Ashley.
Se movió, y fue entonces cuando reaccioné.
—Te… te desmayaste —le dije.
Ella se levantó, se cubrió con la sábana y se fue a sentar sobre la cama,
en silencio, avergonzada y completamente
devastada por lo que ahora yo sabía de ella. El cabello le caía en la cara como
si le pesara. No sabía si irme o seguir ahí, con ella, con el incómodo silencio
que imperaba.
Unos sujetos entraron. Los paramédicos vieron
a Ashley, luego a mí. “¿Qué pasó aquí?”, preguntaron, haciéndose ideas absurdas
en su depravada mente. Ella les dijo que
sólo había sido un desmayo, que ya estaba bien; el paramédico más joven no lo
creyó, y aconsejo llevarla a un hospital para que la evaluaran, el otro lo
apoyó, querían revisar algo en ella, sacaron unos aparatos, Ashley se enfadó
con ellos, “¡No me toquen!”, exigió. Su amiga estaba parada en la puerta,
inmóvil. “Déjenme ya, ¿quieren?”
Intervine, diciéndoles que ya todo estaba bien.
Los paramédicos se fueron, no tan convencidos de irse y dejar las cosas
como las dejaron. “Llamaremos una patrulla para estar seguros”, amenazaron,
“Hagan lo que quieran”, dijo molesta Ashley, aclarando que yo era su hermano y
estaba en su casa.
Su amiga, notando que ya no era
oportuno que ella siguiera estando ahí, se despidió afectiva. Yo estaba por
salir junto con ella cuando Ashley me lo impidió.
—Te lo íbamos a decir… mamá y yo, pero papá no quiso. Bueno…, ya lo
sabes ahora.
Dije algo como “no tiene nada de malo”, y “creo que es algo muy bueno”.
Y creo que la hice sentir mejor. Lo cierto es que su pene era sumamente
anormal. En su estado de reposo debía medir unos veinte centímetros de largo.
No tenía testículos pero en el lugar de éstos, ella tenía su vagina.
Tiempo después, le pregunté sobre el fulano que vi aquel día. No le dije
que la había sorprendido en su habitación mientras ella y él lo hacían, sino que le
dije que los había visto salir de la casa.
—No he salido con hombres desde que terminé con Javier —dijo ella, extrañada
de lo que yo afirmaba—. No quiero más hombres; ya he tenido suficiente de
ellos.
Dijo que ya llevaba saliendo con Viviana desde hacía un año, y sin pudor
alguno me confesó que se acostaba con ella desde hacía seis meses.
—Aquella vez que me desmaye… lo estábamos haciendo.
—Sí, lo intuí —dije yo.
Estaba en su cuarto, y ella soplaba sus uñas, sentada al pie de la cama.
Yo estaba de pie, mirándola soplar. La contemplaba como con despedida, ¿por
qué?: porque después de unos análisis, descubrí que era portador del VIH.
—Se ha sacado la lotería conmigo, ¿no lo crees? —comentó.
—Lo creo.
—No creo que ningún hombre me supere —dijo ella, guiñándome un ojo.
—Eso… no lo puedes afirmar —le manifesté sonriente—, después de todo
somos hermanos. Somos larkenianos.
—¿Larkequé?
—Olvídalo —le dije.
Me convencí de que Ashley no había salido con ningún hombre, y que lo
que había visto aquella vez en menos de tres segundos, cuando la sorprendí haciéndolo con un fulano, no era otro
más que ella y su linda novia. Recuerdo a un tipo (Ashley), que estaba de pie y
con el culo al aire, moviéndolo impetuosamente: adelante y atrás, adelante y
atrás. Recuerdo a Ashley (que resultó
ser su novia), sentada en el borde y con
las piernas abiertas, recibiendo los frenéticos embates. Le estaba dando duro con aquella descomunal cosa,
con aquel miembro parecido a una horrenda serpiente.